Cuando los seres humanos queremos reconocer la obra de Dios en el hombre, a menudo tendemos a valorar menos de lo justo lo que el Señor hace, como si el hombre no necesitara de Dios más que para mantenerle la vida. Quizás se llegue a esta situación a causa de la preocupación de los pastores de fieles de que el ser humano responda con fidelidad a lo que Dios le pide. Por eso la Iglesia trata de recordar a los seres humanos que, sin la ayuda de la gracia divina, no puede hacer nada bueno.

La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana, tomada del libro de Isaías, nos habla de los planes de Dios, que son distintos y superiores a los de los hombres, y de la constante disponibilidad de Dios a ejercer el perdón en nuestro favor. El Señor está siempre dispuesto a acogernos y a tener piedad de nosotros.

San Pablo se dirige a los cristianos de Filipos y les habla de su identificación con nuestro Señor Jesucristo, hasta el punto de afirmar que, para él, su vida es Cristo, y una ganancia el morir. Si hay algo que le incline a desear vivir en la tierra, es el promover, con su palabra y su ejemplo, el que ellos lleven una vida digna del Evangelio de Cristo.

San Mateo recoge hoy en su Evangelio, la parábola de los obreros contratados para trabajar en la viña del Señor, en un día concreto, a distintas horas, por el sueldo de un denario. Al final de la jornada, el señor mandó comenzar a pagarles por los contratados más tarde, y les entregó un denario. Los del principio creyeron entonces que les iban a pagar más, pero no recibieron más que un denario. El dueño de la viña justificó su actitud por el hecho de que, aunque fue muy generoso con los llamados más tarde, a los otros no les hizo injuria, pues les pagó lo acordado. El mensaje es que el Señor nos convoca en uno u otro momento de nuestra vida, y que nosotros debemos estar dispuestos a responder con fidelidad a su llamada.