NO ME SORPRENDIÓ, lo confieso, vuestro discurso en el Ateneo de Madrid. No fue la primera vez que arengáis, es decir que pronunciáis un “discurso de elevado tono”, como dice la RAE que es una arenga, añadiendo que tiene por objetivo “enardecer los ánimos”, con impertinencia y enfado. Os parecerá maldita la lengua, ¿no? Pero esos son sus significados.
Y eso fue lo que hicisteis ese día, con la disculpa de la presentación de un libro que prácticamente, por cierto, obviasteis. Tú, Felipe, hiciste todo lo posible por remarcar la voluntad no sólo crítica sino también hiriente de tus palabras. Y tú, Alfonso, echaste mano de tu ironía lacerante para señalar culpas ajenas con descalificación. En fin, arenga: elevado tono, enardecimiento, impertinencia, enfado …
No me ha sorprendido, ya digo, pero sí dolido. Nos discuto vuestras opiniones, desde luego, que hasta podría compartir en alguna parte, pero sí, amarga y lo más contundentemente que puedo, la forma en que las expusisteis. De eso sabéis vosotros tanto o más que cualquiera, porque es aprendizaje ineludible de la experiencia política de primera línea. Que no sois unos neófitos, vamos.
Compartí, aunque a un nivel más humilde, desde luego, ese aprendizaje, por eso me resultó tan enfadoso, por insistir, vuestro discurso, vuestra voluntad de agredir. En mis años de militancia en el PSOE, que ya van siendo bastantes, casi cincuenta, he discrepado algunas veces con vuestras decisiones –que también mudasteis varias veces, por cierto, como Sánchez–, pero nunca lo hice con formas que pudieran poner en duda mi lealtad, ni mis discrepancias tuvieron más voluntad que la de ser parte de la decisión. Respetuoso en las formas, pues, y positivo en la intención.
Pero, el otro día, ni vuestra intención fue positiva ni vuestras formas respetuosas. Alfonso llegó a dirigirse al secretario general de su partido, sea quien sea, como “el otro”; si no fuese él, diría que es un bocazas. Y tú, Felipe, para completar, le preguntaste al público si había “alguien que pueda creer que no estoy de acuerdo”. Bocazas los dos.
El caso es que, con el respeto que me merece vuestra historia, que ya os digo que también fue un poco la mía, no me lo merece, sin embargo, vuestra bajeza discursiva en este otro tiempo. Quizá porque ya no tenéis reloj que lo mida.
No, ya no quiero seguir siendo de los vuestros. No comparto, ya veis, ni vuestras intenciones ni vuestras formas. Yo ya vivo un tiempo distinto. Adiós, pues.