OBRAS COMO El Principito, La Isla del Tesoro o Los Viajes de Gulliver –entre otras–, de profundo calado moral y social, se han dirigido editorialmente al mundo infantil, previa castración de los textos y manipulación del espíritu con el que fueron escritas.
Con El Quijote se hizo algo parecido. Recuerdo leerlo de niño en clase, como loros, sin explicaciones sobre pasajes, personajes, lenguaje, reflexiones…
Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift encierran una lacerante y satírica crítica de la sociedad inglesa de finales del siglo XVIII, de sus leyes y de sus políticos.
En Liliput educaban a la juventud para danzar con naturalidad en el alambre, cualidad imprescindible para acceder a empleos de alto rango. Los candidatos a altos cargos debían superar la prueba de saltar por encima del bastón que manejaban el rey y el primer ministro, o arrastrarse bajo él, antes de prestar un juramento vacuo y sin compromiso.
La diferencia entre los dos partidos del reino consistía en la altura del tacón de los zapatos de sus afiliados.
Vivían encerrados en su pequeño mundo y negaban la existencia de otras sociedades con formas de vida diferente.
Eran habituales la utilización del prójimo en beneficio propio, la soberbia y las discusiones intrascendentes, por ejemplo, por qué parte debe cascarse el huevo.
Los hijos carecían de deberes para con sus padres y éstos eran considerados los menos idóneos para educarlos.
En El país de los gigantes Gulliver encontró seres engreídos, que basaban la razón en su tamaño y poder; no se requería mérito para alcanzar un cargo, mercadeo y soborno eran suficientes. Las leyes no podían exceder en palabras al número de letras de su alfabeto, que eran 22.
Gulliver no se detuvo demasiado tiempo en El País de los Lupatas, gentes difíciles de comprender, torpes, contradictorios y tan poco prácticos, que un ingeniero estudiaba la posibilidad de construir las casas empezando por el tejado.
Gulliver se sintió feliz en El País de los Caballos, seres lógicos, racionales, agudos e ingeniosos, que desconocían palabras como odio, mentira, guerra, falsedad, castigo o poder.
¿Qué diferencias encuentra entre la sociedad de mediados del siglo XVIII y la actual? No responda aún: le recuerdo, por si no lo sabe, que Jonathan Swift terminó sus días acompañado de dos caballos, con los que hablaba.