ASUSTAN LAS NOTICIAS relacionadas con adolescentes y menores de edad que evidencian la violencia que les rodea y que ellos mismos llegan a protagonizar. El joven de Jerez ha sido el último caso que ha trascendido; pero llevamos tiempo asistiendo atónitos a enfrentamientos, episodios de acoso, e incluso casos de abusos y violaciones entre adolescentes. Nunca nuestros hijos e hijas tuvieron tanta libertad a edades tan tempranas, quizá antes de tiempo, es decir, antes de que su juicio haya madurado y sus valores se hayan asentado. Esto los lleva a correr el riesgo de no saber cómo gestionar esa libertad. Da la impresión de que les quedan grandes las posibilidades de volar con las que se topan tan súbitamente. Porque ese mundo de libertad que se abre ante ellos y ellas contrasta con la falta de responsabilidades y el infantilismo que, consciente o inconscientemente, también estamos propiciando.
Se tiende a sobreproteger a los adolescentes, e incluso a justificar actitudes y comportamientos inadecuados atendiendo a cambios físicos y psicológicos. De hecho, nunca se estudió ni se supo ni se aconsejó tanto sobre cómo tratar a los jóvenes, ni se reivindicaron con semejante vehemencia sus derechos y necesidades. Pero de sus deberes, del compromiso que deben adquirir, poco se habla y, por supuesto, no se les impone. Incluso el término “deberes” ha sido estigmatizado, hasta el punto de que se evita su uso incluso en el contexto educativo, cuestionando, así, y desde hace tiempo, tanto el criterio de los docentes, como su autoridad. También la de los padres y las madres, cuyas prohibiciones, castigos o restricciones son vistas con recelo, e incluso consideradas retrógradas.
El cuestionamiento de la autoridad y del criterio de los dos escenarios de instrucción más importantes para un joven, como son el educativo y el familiar, conlleva el peligro de lanzarlos al mundo desprovistos de referentes y valores más allá de los que adquieren a través de las redes sociales y las nuevas tecnologías; y éstos distan mucho de proporcionarles modelos de comportamiento que les permitan gestionar su libertad y sus “derechos” con responsabilidad. No se trata de volver la vista con admiración a tiempos pasados, ni siquiera con nostalgia; pero tampoco podemos mirar hacia otro lado, como si nada estuviera pasando. Porque corremos el riesgo de que dejen de afectarnos esas noticias relacionadas con la violencia entre los jóvenes que, cada semana, nos muestran los medios de comunicación. En algún momento, todos los implicados en el proceso educativo, es decir, familias y profesores, tendremos que explicar a nuestros adolescentes que sus derechos habrán de ir parejos a sus deberes; y que cuanto mayor sea la libertad que disfruten, en igual medida deberán saber incrementar sus responsabilidades.