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Opinión | Buenos días y buena suerte

Profesor titular de Universidad

Macron al rescate (a falta de líderes, supongo)

Siempre hay un momento en la reciente política europea en el que Macron recibe a algún líder de la Unión en las escalinatas solemnes del Elíseo. También a Trump, que vino, aún amistoso (pero no tanto) a la reinauguración de Notre Dame. ¡Ah, las viejas catedrales de Europa! Pocos como Macron manejan el arte de caminar por patios ilustres y escaleras flanqueadas por la guardia republicana, pocos como él mantienen aún esas formas rumbosas del ejercicio del poder. Incluso ahora, cuando todo parece que se derrumba. 

Macron tiene cuerpo fino y sonrisa irónica, compite con Sánchez a la hora de gastar traje, tan bien ajustado a la piel del poder, y no deja que se le note ni un ápice si le tira de la sisa, o si le aprieta más de la cuenta en la ingle, ese triangulo de las bermudas, aunque con la llegada de Trump todo lo que no sea larga corbata roja viajando más allá de la bragadura y gorra souvenir Maga de tractorista, digo yo que Made in China, carece de la mínima chance.

Reunió Macron a algunos líderes europeos en las últimas horas, con urgencia, dicen, porque ahora sólo tenemos urgencias. En Bruselas el poder es menos atildado, más de cristal y acero, muchos por allí tienen ese toque administrativo, nada que denote solemnidad, sino más bien burocracia, pero en el Elíseo se respeta la historia y la piedra, y Macron aprovecha el penúltimo vuelo de la escalera, porque quién sabe lo que deparará el futuro.

Le va mejor como líder europeo que como líder de Francia. Y más con Alemania en horas bajas, nerviosa ante los próximos comicios, que marcarán el devenir de los fundadores. Macron avanza a la búsqueda de la Europa herida, incluso humillada, tras el manotazo de Trump y el discurso bávaro de Vance, esa pieza oratoria que hace saltar en pedazos el eje transatlántico.

Macron al rescate, a falta de líderes, supongo. No hay un Churchill en Múnich, leo por ahí. De nuevo la queja ante la política descafeinada, ante la falta de nervio, ante el exceso de dudas, pero yo prefiero una Europa que aún defiende la normalidad de las negociaciones, que es capaz de hablar bajo, que maneja la vieja diplomacia. Trump, en cambio, ya no puede esperar. 

Europa le parece una maquinaria que se mueve con un libro de instrucciones demasiado prolijo y garantista. Unos creen que actúa con bravuconería para intentar demostrar que Estados Unidos aún dirige el mundo, a pesar del declive del país, que él mismo reconoce. Se cree con derecho a hacer y deshacer, a decidir quién está y quién no. Ha recibido respuestas airadas, pero no importa. Se trata de provocar ruido a la vez y en todas partes, de ejercer una presión abrumadora y desabrida, para anular al interlocutor, como decía Bannon. Con él empezó todo. La mayoría cree que Trump ve en Europa un gran obstáculo para su plan, por eso le irrita tanto. Y hasta hay quien cree que la contempla con cierta envidia: por eso, mejor, desactivarla.  

Trump ha desplegado en apenas una semana frenética (el que da primero, da dos veces) su catálogo de aranceles, como un vendedor con experiencia, ávido ante la necesidad de aumentar la recaudación, pero, en realidad, es Europa quien le molesta. Como molesta al matón el niño ilustrado de la clase. El desprecio hace más daño que las tarifas del comercio. No todo es la economía, estúpido. Aunque lo parezca. Es lo que Europa significa lo que duele. Pero Europa tiene un problema de voluntad. O lo ha tenido. Ahora Macron baja las escaleras con estilo, abraza a Sánchez, dos besos a la francesa. Y a los otros. Son las urgencias en medio de un febrero loco y triste.  

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