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Opinión | Global-mente

Yo, Jane; tú, David Greybeard

David Greybeard fue el primer chimpancé en trabar confianza con Jane Goodall. La etóloga recién fallecida le puso ese nombre inspirándose en la perilla grisácea del primate.

¡Un nombre y no un número! ¡Sacrilegio! Gritaron los doctos profesores de Cambridge, los guardianes de la ortodoxia científica que la joven investigadora estaba poniendo patas arriba. Según ella misma contaba en sus conferencias alrededor del mundo, la reprendieron con el este argumento: “los chimpancés son sujetos a los que debes poner números, no puedes tener empatía con tus sujetos porque para ser una buena científica tienes que ser objetiva y para serlo no puedes tener empatía”.

Por suerte no les hizo ni caso, ella sabía desde niña, porque se lo había enseñado “un gran maestro”, su perro Rusty, que no somos los únicos seres en el planeta con “personalidad, mente y emociones”. Su perseverancia y sus descubrimientos basados en la observación de los chimpancés acabó convenciendo a la ciencia de que no somos seres aparte sino parte del reino animal.

David Graybeard se lo había enseñado a Jane usando su inteligencia para valerse de herramientas, habilidad hasta entonces considerada una exclusividad humana; pero también con sus demostraciones de afecto y complicidad. Para mí la foto más icónica de Jane Goodall es en la que está de pie, en pantalón corto y camisa, impasible, con la mirada baja hacia el chimpancé que le está levantado la punta de la camisa y mirando qué hay debajo. Fue tomada en Gombe, Tanzania en 1972.

Debió ser por aquellos años cuando descubrí a Jane Goodall en la revista National Geographic a la que estaban suscritos mis padres. La revista te abría los ojos a una naturaleza fascinante, majestuosa, fotografiada para ensalzar su belleza. Los reportajes eran siempre en lugares lejanos que hacían soñar cuando todavía no estaba de moda mostrar los destrozos que hemos causado al planeta. Pero cuando aparecía Jane Goodall era imposible dejar de mirar a esa señora inglesa, con su melena rubia recogida en una coleta algo desaliñada para la época, con su atuendo de exploradora; imposible no sentir la serenidad que emanaba de su presencia en medio de aquellos animales salvajes a los que pacientemente observaba tomando notas sobre el comportamiento de cada uno de ellos, a los que por supuesto llamaba por sus nombres como Flo, Fifi, Goliath o Figan.

Había llegado a Tanzania con 26 años en 1960 para estudiar a los chimpancés del Gombe Stream National Park a orillas del lago Tanganica. Allí comenzó la obra de su vida, simplemente observando sin prejuicios lo que veía a su alrededor.

Decía que le debía a su madre el haber podido realizar su sueño, que desde pequeña siempre respetó y apoyó su curiosidad por los animales.

Después de 60 años trabajando sin descanso, Jane Goodall no sólo revolucionó la etología, hizo mucho más. Fue pionera en hacernos ver lo importante que es para nuestra supervivencia cambiar nuestra relación con la naturaleza y los animales. Cuando estalló la pandemia de Covid nos explicó que por no respetar a los animales y sus hábitats estamos propiciando la emergencia de zoonosis, enfermedades de origen animal que pasan a las personas. Nos avisó que la ventana para detener el cambio climático se está cerrando. Pero siempre nos habló con esperanza y al corazón. Sí, con empatía.

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