Opinión | Buenos días y buena suerte
Pálida paz de las ruinas y los cementerios
Dos años después de los crueles atentados terroristas de Hamás y de 70.000 asesinatos (hay observadores que piensan que podrían ser muchísimos más) ocasionados por la ofensiva israelí en la franja de Gaza, el mundo se asoma con cierto alivio y tal vez con exceso de optimismo a una posible solución, a una tregua, o a una paz que nadie desea efímera. La realidad es que no parece que haya demasiados argumentos para creer en una solución sólida, por más que Trump lo predique con su verborrea habitual, por más que Israel lo apruebe, y parte de la comunidad internacional, y por más que Hamás se encuentre en una situación de extrema debilidad, con Gaza en ruinas.
Como suele ocurrir, la solución, si es una solución, llega muy tarde. Ya lo hemos escrito aquí. Siempre se llega tarde después de casi 70.000 muertos. Aunque, al tiempo, también sabemos que salvar una vida más, si al fin se detienen los bombardeos (parece que algunos han continuado), es ya razón suficiente para apoyar cualquier tregua y cualquier esfuerzo negociador. Aaron David Miller, en ‘The New York Times’, escribe que el plan de Trump, como podíamos esperar, está cortado exclusivamente “a la medida del gobierno de Israel”, pero, aun así, dice, “el plan podría funcionar”.
¿Qué significa eso? ¿Que Trump puede atribuirse el éxito negociador, algo que sin duda desea con gran intensidad, y el primer ministro israelí la victoria? Ambos saben que no es así. Este es quizás el conflicto más complejo y más enquistado del mundo. Ni Trump, a pesar de la simpleza habitual de sus razonamientos, puede creerse del todo que la paz es firme y duradera, aunque lo diga, pero más vale una tregua débil que ninguna tregua. Eso es cierto. Es la debilidad de Hamas lo que propicia también el trato, el aislamiento, la necesidad que algunos tienen en Israel de que la Autoridad Palestina no trabaje desde cierta moderación que podría propiciar el regreso a la idea central, defendida por muchos globalmente, de la creación de dos estados. Esto no lo digo yo: lo acaba de escribir Friedman en ‘The New York Times’. Lo difícil es todo lo que queda por hacer. Ahora, aunque se detengan las muertes y las bombas, estamos en una fase embrionaria que Trump acelera, también por intereses propios, porque, como se ha escrito, no es que Trump aconseje al primer ministro de Israel, sino que le da órdenes. Y esta es la razón por la que Trump no puede sacar pecho por esta paz inducida y acelerada: estamos hablando de la paz de las ruinas y de los cementerios.
Dar una oportunidad a la paz siempre es deseable y hasta la euforia dentro de Gaza, que la ha habido, puede entenderse. Pero, en términos reales, ¿de qué estamos hablando? En torno a la ruina absoluta de Gaza se han elaborado numerosos proyectos, como aquel de Gaza Riviera, uno de los delirios más hirientes de Trump. Comparado con eso, la situación parece haber mejorado, incluso el nivel de comprensión de la realidad del líder estadounidense. Pero no hay muchas dudas de que la paz se construye, como dice Aaron David Miller, desde la perspectiva israelí, que es, al final, la perspectiva norteamericana, lo que viene a suponer, y esto es importante para Netanyahu, que se sienten vencedores. Las ruinas y los cementerios así lo demuestran: han ganado la guerra desigual, sí, sobre una población exhausta, pero otra cosa muy diferente es ganar la paz. Porque, hasta Kissinger lo decía, no hay paz posible donde no hay seguridad y reconocimiento al derecho de las dos partes. Y, dos años después de tantas atrocidades, todo eso parece muy lejos.
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