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Opinión | Políticas de Babel

Reino Unido se fue de congresos

Primero fue el congreso o conferencia anual del Partido Laborista, que se celebró, como cada año, a finales del mes pasado, del 28 de septiembre al 1 de octubre (aprovechando el habitual receso del Parlamento británico). Uno de los temas estrella fue la situación en Gaza, y la aprobación, tras la presión de los sindicatos, de una moción que señalaba como “genocidio” lo sucedido en Oriente Próximo. También la educación ocupó a los asistentes, que llegaron al acuerdo de reducir el compromiso de que el 50% de los alumnos fuesen a la universidad (como siempre se impulsó desde la época de Tony Blair); y sí favorecer, en cambio, que una gran mayoría cursase al menos una titulación o “aprendizaje” de alto nivel. La salud fue otro de los puntos a tratar. Se aprobaron planes para modernizar el Servicio Nacional de Salud (NHS), facilitando el acceso a la atención y el cuidado, incluso con la creación de un ágil servicio de citas médicas “NHS Online”.

También se habló de asociar las estrategias industriales al crecimiento y el empleo; de impulsar las industrias culturales dentro del entramado económico; de energías renovables y modernización de redes; etc. Pero lo más sustancioso desde un punto de vista político fue la conclusión de que cuestiones relacionadas con el “crecimiento económico” no ayudaban ni a frenar la desafección de su base electoral, ni a conectar con la clase trabajadora, por lo que se planteó una nueva estrategia de captación de voto basada en una agenda orientada a aumentar los impuestos a los ricos, promover nacionalizaciones, etc. Por supuesto, Keir Starmer tuvo sus momentos estelares; como cuando pronunció su vehemente discurso, atacando a Nigel Farage y las políticas del Reform UK. Apeló a las banderas unionistas y de San Jorge para promover un patriotismo inclusivo que hiciese de contrapeso a esa identidad nacional a la que tanto apela la derecha británica. También clausuró el congreso endureciendo su política migratoria, pero sin salirse de la Convención Europea de Derechos Humanos (ECHR).

Por su parte, el Partido Conservador aprovechó el receso de la Cámara de los Comunes para celebrar del 5 al 8 de octubre, en Mánchester, su conferencia anual. En este caso, no se trataba tanto de votar propuestas o mociones, cuanto de fijar hojas de ruta con las que realzar una formación en horas bajas. La líder de los conservadores desde noviembre de 2024, Kemi Badenoch, sabía que debía mostrar un perfil fuerte, especialmente conociendo el auge del partido de Nigel Farage, y tras la dura derrota electoral sufrida en las pasadas elecciones generales, en las que cedieron la batuta de la nación a los laboristas.

Lo primero era recuperar la credibilidad y la confianza de los votantes. Para ello anunció un programa destinado a abolir el impuesto sobre viviendas principales en Inglaterra e Irlanda del Norte; adelgazar el gasto del Estado; recortar impuestos, tasas comerciales y el IVA de las escuelas de pago; crear una “fuerza de deportaciones”; moderar la obsesión con las leyes climáticas y las cero emisiones netas (esto podría favorecer la reactivación de las perforaciones en el Mar del Norte); etc. En definitiva, se trataba de “redefinirse” para regresar a los “principios fundacionales” del conservadurismo, basados en la disciplina económica, la libertad de mercado, el orden social, y el control de las fronteras. Sólo así considera el Partido Conservador que será capaz de recuperar el brío perdido, y hacer frente a un populista Reform UK que atrae cada vez con más fuerza a muchos de los votantes asentados tradicionalmente en el centroderecha.

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