Opinión | Buenos días y buena suerte
Isaac Rosa: los diarios del sueño
Me encuentro con Isaac Rosa en A Coruña, será la cuarta, la quinta vez, no sé, todas magníficas. Un maestro, Rosa, un narrador extraordinario. Y columnista sobre los jirones de la sociedad contemporánea, la sociedad desgarrada. Cae la tarde, un sol abrumador de otoño, los árboles no se deciden a perder las hojas. Confusión climática. En las calles, huelga por un futuro real para Palestina. Isaac Rosa ha venido a hablar de su última novela, pero también de todo, a un acto de la sede en Galicia de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y la Fundación Seoane. El ciclo que inaugura Isaac Rosa se llama ‘Compaxinadas’. El escritor es largo y delgado, renuncia a una cerveza, pese al calor hostil, contesta, como siempre, con determinación y calma. En el hall del Plaza nos encontramos, nos fotografiamos como otras veces, nos reconocemos en el dolor de este tiempo.
La novela se llama ‘Las buenas noches’ (Seix Barral), y es, de nuevo, una obra magnífica de Isaac Rosa. Una historia doméstica, itinerante, un viaje por hoteles más bien de medio pelo, que sirven como refugio. Le digo: “podía haberse titulado ‘Los amantes del sueño pasajero’ (me pongo estupendo)”. Me dice: “Pudo ser ‘Diario del sueño’, que es lo que se les pide a los insomnes. Que lleven cuenta escrita de lo que duermen y de lo que no”.
La historia, en efecto, va de insomnes. El propio Isaac Rosa lo fue (quizás ya no), y yo mismo, le digo, soy nocherniego y tal, incapaz de irme a la cama antes de las dos, o las tres, o las cuatro, las cinco o las seis, todo muy Sabina. Convencido de que la magia siempre sucede después de medianoche. Somos gente de mal dormir, extraños abandonados a nuestro gusto nocturno, esa bohemia de ordenador, que algunos no ven bien. El trabajo de madrugada parece cosa de gente de mucho desorden, pero, al tiempo, esta es una sociedad que va contra el sueño, como va contra la lectura silenciosa. “Me di cuenta de que tanto la lectura como el sueño pueden ser actos de rebelión en la sociedad actual”, dice Isaac Rosa.
Hay, en efecto, una lectura política del sueño y del horario. Isaac me dice: “en el fondo nos quieren bien dormidos para que produzcamos más. Es por la producción, por la economía. El sueño productivo. Descansados para producir: esas pastillas que se anuncian con el mensaje de ‘que no te pare esto o aquello’, en el fondo están diciendo: ¡que no te impida ir a trabajar!”. Pero, a la vez, existe una resistencia al sueño porque se considera tiempo perdido en un mundo donde todo debe estar siempre despierto. Alerta. Como ese eslogan tan famoso: “la ciudad que nunca duerme”. “Recuerdo aquellos anuncios que te invitaban a aprender inglés mientras dormías”, dice Isaac Rosa. “Es algo desacreditado científicamente, claro, pero se basa en la idea de que la noche debe ser productiva, que no debe desaprovecharse sin más”.
En la novela, un hombre y una mujer que no se conocen se encuentran de madrugada en el bar de un hotel. Están allí porque no pueden dormir. La noche les enseña, tras el azaroso encuentro, que, si duermen juntos, dormirán de un tirón. Hay una atmósfera ‘hopperiana’ en este lento desnudarse y cerrar los ojos y echar las cortinas. Nunca se dicen sus nombres. No hay sexo. No hay otro deseo que dormir. Pero sí existe el dulce tacto, y existe la ternura. Y eso se convertirá en una costumbre que, incluso, acaba invadiendo sus intimidades, desafiando sus matrimonios, mientras se buscan desesperadamente para poder dormir juntos. He aquí Isaac Rosa en su máxima expresión narrativa. He aquí una novela imprescindible.
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