Opinión | Con sentido común
Perdón frente a odio
Donald Trump ha continuado la tradición de los presidentes americanos, iniciada con Washington, de invocar a Dios en actos solemnes, pese a la aconfesionalidad del país -Dios bendiga a América-; sin embargo, en actos recientes se ha expresado de forma notablemente contradictoria.
En el año 2020, con vistas a las elecciones presidenciales, pasó de cristiano presbiteriano a “no denominacional” – es decir, no adscrito a ninguna rama del protestantismo- para acercarse al voto de un espectro religioso más amplio. Y parece que funcionó su estrategia.
Veamos la incoherencia entre su compromiso religioso y su comportamiento político y humano. En el acto funerario en memoria del asesinado Charlie Kirk, mientras la viuda perdonaba al presunto asesino de su esposo, Tump afirmó “Lo siento Erika, yo no perdono”.
Sigue hurgando en la herida, “odio a mis oponentes”, él, que acusa a sus adversarios de promover la violencia y el enfrentamiento, aviva el fuego de las pasiones. El remate final es patético: “Busco traer de vuelta a Dios al país.”
La Biblia ante la que juró el cargo de presidente, regalo de su madre cuando era niño, debió quedar guardada en un cajón de la casa familiar, tras el acto de toma de posesión. O, tal vez, empezó la lectura del Antiguo Testamento y se quedó en la Ley del Talión, del ojo por ojo y diente por diente. Lo que está claro es que no llegó al Nuevo Testamento.
Invoca a Dios pero desconoce que el Evangelio ofrece enseñanzas absolutamente opuestas a las pronunciadas en el acto fúnebre en Arizona: perdón, fraternidad, diálogo, compasión, justicia, prudencia, humildad, entendimiento,…
Da la impresión de que Donald Trump ha intentado meter a su dios, el del odio, como aliado de su política. Nada podría ser más abyecto, porque suele ser lo que se critica al Islam.
Por otra parte, cuando se compromete a “traer de vuelta a Dios al país”, hay que preguntarle: ¿a qué dios se refiere?, ¿al dios de la soberbia y la venganza, al que no perdona?
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