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Opinión | Arquitectos de Santiago

Galicia está de moda

Galicia está de moda, o eso parece, y con una simple ojeada a los datos del período estival, esta afirmación parece ser correcta. Evidentemente las principales ciudades y las Rías Baixas se llevan la palma, pero fuera de vértigos turísticos, toda villa, pueblo o aldea de este país ha acogido en los últimos tiempos gran cantidad de veraneantes, visitantes o simples curiosos de paso, porque siempre ha habido clases en esto del turismo, o mejor dicho: tipos. Esta alegría no se produce tanto por las ciudades, que comienzan a sufrir el peso de los visitantes tal y como sucede en otras zonas de España, (sería bueno recordar que de éxito también se muere) pero sí es motivo de celebración para pueblos y aldeas, donde uno escucha constantemente a los visitantes citar las maravillas y bondades de la vida en el pueblo o en el campo: que si la libertad, que si la tranquilidad, que si lo natural y auténtico de todo… Pamplinas. La realidad es otra. Rematado el período estival, las aldeas vuelven a su dinámica de despoblación y las ciudades recuperan sus dinámicas de crecimiento bajo presión, es entonces cuando todas estas maravillas y bondades desaparecen y ese maravilloso territorio bajo el sol estival ya no interesa.

Decía Oscar Wilde que, con una naturaleza confortable, la humanidad no hubiera inventado nunca la arquitectura. Lo cierto es que si el mundo en el que vivimos no fuese hostil, ciertamente la arquitectura no sería necesaria y apenas importaría la forma en que nos organizamos en el territorio. No habría por qué pensar el asentamiento y ya nada importaría, ni siquiera de dónde el viento sopla, y pese a que cada vez entendemos mejor las bondades de una vida más directamente ligada a la naturaleza, aún nos afirmamos en la desnaturalización de nuestro medio. Cierto es que su higienización e industrialización ha incrementado nuestra esperanza de vida y bienestar desde la revolución industrial, pero el ecosistema ahora nos demanda una vida más acorde y responsable a nuestras capacidades de dominio y control del mismo, precisamos «co-evolucionar» con nuestro territorio. La imagen que se posee de desarrollo o avance nos llega de la imitación de aquellos otros territorios o regiones que consideramos más avanzadas, mejores, o como dirían Astérix y Obélix, romanizadas, civilizadas. Pero todos sabemos que están locos estos romanos. Quizás por ello no deberíamos basar nuestro modelo en los existentes. Es decir, pensamos en cómo se desarrolla Europa, miramos la experiencia asiática o americana, pero no entendemos cómo es nuestro propio modelo. Parece claro que no debemos crecer más si no somos más, nuestra población está en declive y por tanto el modelo no debería ser de crecimiento si no se crece, deberíamos pensar en gestión y no en crecimiento. La realidad, con los turistas fuera de la ecuación, es que Galicia se enfrenta a unas dinámicas de decrecimiento poblacional y concentración de la misma; no sería obra sino de perversos sistemas de mercadotecnia, que pareciese necesario urbanizar algo más de este territorio. Por el contrario, semeja más razonable concentrar nuestros esfuerzos en mejorar la distribución poblacional urbana puesto que, en el caso gallego, no crece al ritmo de la oferta, y mejorar el decrecimiento poblacional rural, o al menos, conseguir su fijación.... Por esto, toda nuestra energía debe centralizarse en aras de conseguir un rural de calidad.

Un informe de la ONU, cita que en un futuro inmediato, de aquí a 2050, los mejores modelos de asentamiento y gestión del territorio serán los que presenten un rural combinado con poblaciones cercanas que no sobrepasen los 300.000 habitantes, y que además cuenten con la correcta interconectividad operativa entre ellas. Igualmente serán las ciudades que cuenten con una mejor y más eficiente movilidad urbana, aquellas predispuestas a prosperar. Un servidor opina que para el caso, algún que otro buen ejemplo existe en este País, siendo ese el tamaño de nuestras ciudades, cuestionable es su conectividad y relación pero todo apunta a que tenemos buenos mimbres.

Quizás las claves gallegas no correspondan a la ordenación del territorio (la cual como hemos expresado parece bastante preclara) como sí lo hagan a la organización del medio en una escala comarcal que nos acerca a una estrategia similar a la de un archipiélago. Esta estrategia ya fue adoptada en proyectos como el de «Berlín como un archipiélago verde», dirigido por Oswald Mathias Ungers, quien cambió radicalmente el problema de la urbanización y del desarrollo del territorio. Ungers se enfocó en reducir el conjunto a puntos de intensidad como un modo de responder al drástico descenso de población que sufrió la ciudad. Quizás debamos entender Galicia como un ejercicio de articulación entre piezas estratégicas, entre múltiples realidades, y todas aquellas características de nuestro territorio que a menudo son entendidas como un defecto o desventaja: dispersión, entornos rururbanos y urbanidad incierta, decrecimiento de la población, etc. Entenderlas como virtudes estratégicas. Actualmente, estos elementos están siendo interpretados desde una lógica del problema y no de la oportunidad, lo que limita su interpretación e impide la construcción de una estructura de gestión que comience en la unidad mínima y se fundamente en las entidades territoriales naturales intermedias, tales como las comarcas o las mancomunidades. De este modo, se perfilaría una gestión a media escala, impulsora de las oportunidades estratégicas del los múltiples territorios. Hacer de la debilidad ventaja, será la forma de vivir más acorde a nuestro lugar; teniendo siempre presente la máxima de que en Galicia el buen urbanismo, al igual que las meigas, «habelo, hailo».

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