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Cocodrilos en el aula

    REBAJO estanterías, con papeles y anotaciones de hace 25 años. Veinticinco años, el paso de una generación. Me he ido reconociendo en esas notas, ahora soy más viejo, un poco más sabio, y mucho más lento.

    Billetes redactados a partir de observaciones hechas a mis alumnos de entonces: los recibía con doce años, algo atónitos, hechos para el juego y la sorpresa, y los despedía un palmo más altos, todavía a medio hacer, deseosos de vida y aptos para el amor, con cierta petulancia de recentales.

    Anotaba la mirada perdida de esos adolescentes durante los exámenes, con la cabeza apoyada en la mano, la mirada perdida, un gesto repentinamente grave; conservo alguna foto de aquella época; en una aparece Sandra, con la hermosura recién consolidada en la muchacha de dieciocho años. En otros, el ensayo de peinados y de zapatillas, siempre en imitación de otro.

    De esa etapa laboral surgió un mecanoscrito: Cocodrilos en el aula. Ese anfibio late bajo el agua con un ojillo despierto y salta en un momento impensado; así las sorpresas en un aula de Secundaria.

    Ellos buscaban seguridades sin saber que buscaban, yo buscando también, sin ser consciente tampoco de qué quería –ahí seguimos–. Releo papeles, tiro los más, conservo algunos, notas de la charlita con uno, las palabras de otra. Notas de adolescentes. Ahora tienen cuarenta años y yo setenta y muchos.

    Lo pasado, lo vivido y el presente se han reunido en unos papeles para la papelera, al calor del corona confinamiento. Debo seguir rebajando baldas y estanterías. Aligerar baldas: un hartazgo para la papelera, un asidero para la propia identidad.

    02 jun 2020 / 21:28
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