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El mantra de la inflación “coyuntural”

    Habitualmente todas las grandes crisis llevan aparejado algún mantra purificador que intenta espantar la negatividad. Un argumentario de diseño que gobiernos y expertos repiten como monjes budistas para transmitir esperanza y alivio ante el problema que se viene encima. Una estrategia que puede funcionar en el primer momento, pero que más pronto que tarde se desmorona. Durante el crac inmobiliario de 2008, cuyo efecto se multiplicó tras la caída de Lehman Brothers en Estados Unidos, derivando en un cataclismo financiero de dimensiones mundiales, el presidente Zapatero y su equipo se dejaron los ojos en el diccionario buscando sinónimos que dulcificasen uno de los tragos más amargos de la historia para la economía y el empleo. De vanagloriarse de un PIB al alza se pasó a negar la recesión, para a continuación hablar de “desaceleración acelerada”, hasta que no hubo más remedio que admitir el batacazo. Más recientemente, tras la irrupción de la covid, el discurso oficial pronto pasó a los ya célebres “salimos más fuertes” o “hemos vencido al virus”. Una inyección de falso optimismo que lejos de mitigar la enfermedad, como sí hace la vacuna, lo que inoculó fue desconfianza en la gestión. Un placebo de corto alcance que hoy tiene su réplica en el Banco Central Europeo y su sutil cambio de guión con respecto al coste de la vida, desbocado y con pocos visos de moderarse a corto plazo. Hace tres meses, cuando ya iba de récord en récord, no había organismo que no mencionase una “situación coyuntural” que en primavera se arreglaría sola tras la desaparición de tres o cuatro elementos de inestabilidad. Pues bien, ya cerca de febrero, ni los cuellos de botella en el suministro están solucionados, ni las materias primas se abaratan, ni el gas tiene pinta de caer, ni la factura de la luz pasó a ser solo un mal sueño. Con este cuadro, el vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, cede por fin a la evidencia con una inquietante frase: “Quizás la alta inflación no sea tan transitoria”. Pues no, quizás no lo sea. El problema es que si va para largo los riesgos son dos, y ninguno pequeño. El primero, que los salarios no se revaloricen en proporción a la media de bienes y servicios, socavando así el poder adquisitivo y dejando a las rentas bajas más cerca de la exclusión social. El segundo, que las retribuciones sí se eleven en igual medida y se entre en una espiral envenenada que también terminará haciéndonos más pobres. Un mal de pronóstico complejo, que no se arreglará con frases mágicas sino con un tratamiento eficaz.

    15 ene 2022 / 01:00
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