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La derrota no es pecado, la soberbia sí

El fútbol, como la política, es un juego de estrategia en el que ganar depende en buena medida de saber mover las piezas de manera adecuada en función de las circunstancias. Hay que tener un plan de partida, pero también algún otro por si las cosas se tuercen, un escenario que no es inusual. Empecinarse en estrellarse contra el muro una y otra vez con tal de no dar el brazo a torcer y explorar caminos distintos al que estaba trazado desde un principio sólo suele conducir al desastre. Es más fácil romperse todos los huesos antes que derribar una pared a base de cabezazos. Así lo está sufriendo el Gobierno con la polémica ley del sí es sí, que se niega a modificar pese a confirmarse que es un fiasco, y así lo padeció España en el Mundial de Catar, del que quedó eliminado sin despegarse un ápice del guión trazado por el entrenador, dejando tras de sí el rácano balance de una victoria, una derrota y dos empates, cayendo finalmente en la tanda de penaltis contra Marruecos. Es verdad que la Selección pudo haber vencido este martes si en el último suspiro de la prórroga el disparo de Pablo Sarabia hubiese terminado en el fondo de la red en lugar de pegar en el poste. Pero lo cierto es que al margen de que faltase una pizca de suerte en ese lance final, la puesta en escena del cuadro de Luis Enrique desesperó a propios y extraños por su alta dosis de predecibilidad. Un conjunto de peor calidad como el magrebí sacó petróleo del choque simplemente por adaptarse mejor que el rival. Conscientes de que lanzarse al ataque dejando espacios atrás sería un suicidio ante el fino toque de los Pedri, Gavi, Busquets y compañía, los africanos se dedicaron a hacer lo que sabían: defender con uñas y dientes y esperar su ocasión. Mientras, La Roja se pasó 120 minutos mareando el balón de un lado al otro del campo a la espera de un hueco que nunca apareció. Pase para aquí, pase para allá, sin modificar una coma del libreto escrito por el técnico con la esperanza de que en algún momento llegaría el milagro. Y al final, una vez consumado el desastre, lejos de hacer autocrítica y reconocer errores – cuanto se echó de menos este martes, ¡Ay!, el desequilibrio de Iago Aspas o el remate de Borja Iglesias– la actitud del asturiano es encararse con la prensa y recalcar que volvería a hacer lo mismo. Eso es realmente lo criticable. La derrota es parte del deporte. La soberbia ya no.

08 dic 2022 / 01:00
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