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Mientras el COVID no sea un resfriado

    dos grandes preocupaciones y una sólida esperanza orbitan el planeta de la pandemia. Las preocupaciones básicas se resumen en que la presión de la tercera ola no desborde la capacidad asistencial de los hospitales, y que los repuntes descontrolados no nos obliguen a volver a la casilla de salida del confinamiento estricto. La esperanza es que la vacunación masiva coja ritmo de crucero y abra las puertas de la inmunidad de rebaño. Digamos, de entrada, que Galicia está en una situación aceptable –buena, incluso, en comparación con el resto de comunidades autónomas– en ambos escenarios: por un lado, los hospitales del Sergas gestionan un nivel de ocupación todavía manejable, y Feijóo no se plantea reactivar el durísimo cerrojazo de la primavera; por el otro, aquí se vacuna muy por encima de la media estatal y ya este domingo comenzará a administrarse la segunda dosis de los viales que, más pronto que tarde, doblegarán al COVID. Por cierto, en medio de la polémica –otra más, y van...–, sorprende agradablemente que España sea el cuarto país de Europa y el décimo del mundo que más rápido vacuna. No significa que debamos estar satisfechos, porque la realidad pura y dura nos muestra que los viales cubren apenas al 5 % de la población, pero sería buena cosa rebajar el diapasón de la controversia. Quedan años para que se cumplan las previsiones de los expertos, y que el coronavirus deje de matar y sea solamente un resfriado más. Pero hasta que el SARS-CoV-2 termine siendo uno de los nuestros, uno más de los virus endémicos con los que convivimos sin que violenten nuestra normalidad, lo que toca ahora mismo, inexcusablemente, es activar todos los medios de que disponemos para esquivar un escenario tan dantesco como el que azota al Reino Unido, con más de mil fallecidos cada día y con su sistema sanitario desbordado. Tendrán que hilar muy fino nuestros gobernantes para diseñar una hoja de ruta equilibrada, capaz de blindar la salud de la población sin condenar a muerte la economía. Entendemos y defendemos todas las restricciones, entendemos y defendemos que se amplíe el toque de queda si la curva de contagios sigue desbocada, reclamamos vacunar ya a todo el personal sanitario y a los usuarios de residencias, pero entendemos y compartimos también la preocupación de Feijóo y del Foro Económico de Galicia: confinar de nuevo a los gallegos en sus casas tendría en la economía los efectos de una bomba de destrucción masiva. Sería una condena a muerte.

    16 ene 2021 / 01:00
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