Otra vez como en el mes de marzo

coronavirus. Aunque está acreditado que desde principios de año el Gobierno manejaba informes sobre el avance del coronavirus, podemos admitir que la irrupción de la pandemia cogió a Europa, y también a España, con el paso cambiado. Por aquel entonces era algo más sencillo justificar el caos y la sensación de que quienes tenían que tomar decisiones estaban superados y desnortados, empezando por la compra del material sanitario y siguiendo por las erráticas instrucciones que se transmitían. Pero pasados siete meses de aquel impacto inicial, es mucho más difícil explicar que la segunda ola nos vuelva a llevar a los mismos errores. Después de que el Ejecutivo central se quitase del medio traspasando la gestión a las comunidades, a estas alturas el país se vuelve a ver con el agua al cuello, con los contagios descontrolados, la presión sobre los hospitales en aumento, la economía en caída libre y los políticos perdiendo el tiempo. A la falta de un marco normativo adecuado que les dé herramientas para aprobar restricciones sin que un tribunal las eche abajo, los presidentes autonómicos empiezan a presionar para que se vuelva a decretar el estado de alarma. Un ruego ante el que Sánchez opta de momento por darles tiempo para ver cuantos se suman. Pero eso, tiempo, es justo lo que los españoles no tienen ante esta amenaza. La sensación es que volvemos a marzo.