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Una patronal cual pollo sin cabeza

    se nos agotan los adjetivos para calificar el convulso presente de la patronal gallega, cocinado en un pasado cainita y sin un futuro en el que tenga cabida la esperanza. La CEG camina hacia ninguna parte cual pollo sin cabeza que se mueve entre el bochorno y el esperpento, tras la sorprendente dimisión de su último presidente a las cuarenta y ocho horas de ser elegido por aclamación. Una semana escasa después de la renuncia del ourensano Díaz Barreiros, las relaciones entre los líderes empresariales gallegos han empeorado, si ello es posible, hasta el extremo de que se escuchan cada vez más cercanos los tambores de guerra, mientras el fantasma del cisma sobrevuela la desnortada organización. Cuando más unidad y responsabilidad necesita nuestro tejido productivo para recuperarse cuanto antes de las profundas heridas por los zarpazos de la crisis sanitaria, es justo cuando la patronal se enreda en otra de sus guerras intestinas. Por lo que se ve, estos tres últimos años de fatigosa travesía del desierto, sin un liderazgo sólido, no han servido para nada. Desde luego, para nada bueno. La tocata y fuga de su brevísimo presidente deja al descubierto disensiones profundas entre las patronales provinciales y de ellas con las organizaciones sectoriales. Las razones esgrimidas por Díaz Barreiros para tirar la toalla a las primeras de cambio –se escudó en las dudas sobre el proceso por el voto telemático y pasó por alto que los críticos eran palmariamente minoritarios– son tan débiles que suenan a disculpa de mal pagador, y más cuando el empresario ourensano valora volver a presentarse. En este confuso escenario, dice el presidente de la Confederación de Empresarios de Pontevedra, y dice bien, que la extemporánea maniobra no tiene ningún sentido: “Trasladaríamos una imagen terrible”. En lo que se equivoca gravemente Jorge Cebreiros, por muy espantado que esté con tamaño dislate, es en abrir la puerta a la ruptura de la CEG. La solución a los males de la patronal gallega no pasa por “no seguir en los sitios que no funcionan”, como él propone lavándose las manos, sino por abordar los evidentes problemas internos desde la lealtad, la sinceridad y el compromiso con los intereses generales. Nuestros empresarios no pueden seguir instalados en un esperpento que provoca bochorno ajeno y que irrita, con razón, al Gobierno de Feijóo; no solo por la irresponsabilidad intolerable de quienes han convertido la CEG en su juguete (inservible), sino porque esta riña de gatos siembra de minas el camino para conseguir los fondos europeos que Galicia necesita como agua de mayo. ¡Vaya espectáculo lamentable!

    02 dic 2020 / 00:00
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