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1906

    NO LO RECUERDO muy bien pero cuentan que fui del Dépor. En esa época en la que siendo gallego, no apoyar al Deportivo parecía un disparate. En una de las primeras memorias que guardo sobre fútbol -además de las borrosas ligas de Tenerife y del nítido codazo de Tassotti- veo a un pipiolo de siete años defendiéndose de las injurias de un celtista por el penalti de Djukic. Un año después me regalaron un chándal del Real Madrid y ahí se acabó mi idilio.

    Todos los amantes de la pizarra y de la cocina a fuego lento quedaron fascinados por el Súper Dépor. La defensa del Zorro de Arteixo era repetida por la parroquia deportivista como una letanía de domingo. López Rekarte, Voro, Djukic, Ribera y Nando. Cinco hombres que tapiaron la portería de un infranqueable Paco Liaño, concediendo tan solo 18 goles en 38 encuentros, el mejor promedio de la historia: 0,47. El segundo clasificado para el Zamora, Ceballos, recibió 38 goles en 36 partidos.

    La defensa de Riazor la completaban sus enfervorizadas y colmadas gradas, además de una inmensa masa social distribuida por toda Galicia. Después vinieron los días de vino y rosas, los seis títulos y las gestas europeas. Hoy, tras tres descensos a la categoría de plata, el Dépor se encuentra en la encrucijada de empezar la temporada en Segunda o en Segunda B. Y es también hoy cuando, siendo gallego, no apoyar al Dépor parece un disparate.

    Frank Zappa dijo algo así como que para que un país sea de verdad, debe tener un equipo de fútbol y una cerveza. Y en A Coruña ambas nacieron, como una dualidad infinita, en 1906.

    Cuando el Dépor bajó a Segunda por última vez, tras un nefasto acopio de 29 puntos y 76 goles encajados en 38 partidos, Estrella Galicia decidió ampliar el contrato con el equipo e incluso aumentar las cantidades aportadas. Porque como decía aquel aficionado tras consumarse el descalabro de 2018, “da igual en Primera, en Segunda o en Tercera”.

    Dice Nacho Carretero que “más allá del marcador y la categoría, la identidad deportivista está arraigada en la ciudad y supone un orgullo, una identificación con lo propio que se transmite en los genes”. Quizás sea la mejor herencia que hemos recibido del fútbol inglés, donde los colores de la bandera no se eligen, sino que tocan por circunscripción territorial, allí donde naces.

    Los ingleses asumen como una barbaridad que alguien de Norwich sea del Chelsea o que un vecino de Sunderland anime al United. Y solo así se producen milagros como los del Leicester, el Forest o la congregación de más de 50.000 almas en un partido de Tercera.

    En 1970 la cerveza Watney Mann invirtió 82.000 libras en juntar a los dos equipos más goleadores de las cuatro primeras divisiones de Inglaterra y llevar a cabo la primera competición patrocinada de su historia. En su segunda edición, ocurría una de esas utopías exclusivas del fútbol británico. El Colchester, de la cuarta división, tras haber superado dos rondas previas, derrotaba por penaltis a todo un primera como el West Bromwich y levantaba la Copa.

    Aquella final se disputó el 7 de agosto de 1971, el mismo día, pero de este 2020, en que el Dépor ha pedido que se juegue su partido aplazado contra el Fuenlabrada. Y dada la situación, los tres puntos podrían valer oro. No parece accidental. Mañana se celebra el Día Internacional de la Cerveza.

    06 ago 2020 / 00:15
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