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A perro flaco...

    UNA de las peores cosas que nos suceden estos días, que son muchas, es esa coincidencia entre el coronavirus y otras infecciones, incluso más peligrosas, aunque lo sean de otra manera. El famoso dicho de que “a perro flaco todo son pulgas” parece cumplirse al pie de la letra. Ya es mala suerte que, con semejante movida epidemiológica, algunos líderes (o algo así) hayan torcido el gesto, haciendo que todo sea mucho más difícil, más incómodo, también, y, por qué no decirlo, más fanático. Y, sobre todo, más surrealista. El ciudadano no logra comprender por qué la realidad se ha vuelto un campo de minas. Lejos de aclarar el panorama y coadyuvar en los acuerdos y en las soluciones negociadas, los políticos parecen empecinarse en endurecerlo todo, en tensar la cuerda, y lo hacen unos y otros, como si hubieran hallado la fórmula perfecta para eternizar la discusión, algo que no conduce a nada, pero que llena las largas y oscuras horas del otoño.

    Resulta, en verdad, inexplicable, que el dolor del presente, la terrible situación en la que empieza a vivir mucha gente, este grado de destrucción de la vida tal y como la conocíamos, se vea acompañado por más y más debate inane, por más y más discusión pueril, por más y más batallas que sólo producen desacuerdos, divisiones, pero, sobre todo, que nos envuelven en un ruido insoportable, en una verborrea sin apenas contenido, sin nivel, sin altura de miras. Tanto es así que empiezas a creer que nuestra probada fragilidad, esta que el virus ha revelado ya con creces, se está utilizando para dejarnos muy claritas tres o cuatro cosas, para revelarnos sin disimulos por dónde van a ir las cosas del mundo, nos guste o no nos guste. Tanto lenguaje intimidatorio, tantas ideas sobre el control del ser humano, tanta visión obsoleta y antigua sobre nuestras costumbres, ese nuevo autoritarismo simplificador y propagandístico, no puede haberse precipitado sobre nosotros por pura casualidad. No creo en conspiraciones, a la manera de los apocalípticos, pero sí en ingenierías mediáticas, en movidas que tienen que ver con una forma cada vez más tosca de llevarnos por algunos caminos trazados, de pastorearnos de acuerdo a unas ideas que, en muchos casos, casi parecen del siglo XIX.

    En medio de la pandemia, que es un horror y va a causar un problema económico gravísimo, el ciudadano siente que no hay atisbo de un nuevo humanismo, como algunos aseguraban. No digo ya un Renacimiento, como también se dijo: lo piensas y te mondas de risa. Menudo Renacimiento, queridos. Hay anónimos dejándose la piel, gente de abajo luchando a brazo partido por sobrevivir, profesionales que aguantan mucho más allá de lo que indica la palabra resiliencia, pero en lo alto, o sea, en la pomada de los liderazgos, allá donde mires, sólo se ve una lucha a brazo partido por mantener los relatos y las frases envueltas en papel de aluminio, el lenguaje que se moldea para la galería, el gran diseño de la realidad que es hoy una bronca en el barro. Tenemos la sensación de que, por si el virus no fuera suficiente, estamos abocados a graves contagios para los que no existe otra vacuna que no sea el conocimiento, la sensatez y la generosidad. No faltan negacionistas de estas tres cosas.

    20 oct 2020 / 00:00
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