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A sangre y fuego

A diferencia de miles de emigrantes, el Gallego Valea se juró cumplir el sueño de progreso a cualquier precio: a sangre y fuego llegó a ser el “capo” de la mafia porteña en la década de 1920, manejando los prostíbulos y casinos clandestinos de la Capital Federal. Tenía su propio ejército de matones, sobornaba a la policía, compartía ganancias con políticos corruptos que lo protegían y entre varias muertes, hasta lo acusaron del intento de asesinato de Carlos Gardel. Los enfrentamientos con bandas rivales dejaron más de 40 muertos y ocuparon las tapas de los diarios más importantes del país; lo llamaban el Al Capone gallego.

Llegó a Argentina a los 18 años desde el puerto de La Coruña para evitar la convocatoria al servicio militar con destino en Marruecos y comenzó a trabajar en el bar de su hermano sobre la avenida Alem. Pero allí no solo se servían bebidas: al ritmo de los primeros tangos, el bodegón era visitado por marineros e inmigrantes que apostaban fuerte en juegos de cartas y requerían los servicios de prostitutas. De esa manera comenzó a relacionarse con las mujeres de ese ambiente, primero como amigo y luego como amante.

Inmediatamente se sintió cómodo en Buenos Aires, ya que conocía muy bien el contexto de los burdeles, casas de juegos y negocios ilegales en zonas portuarias: aunque había nacido en Piñera (Castropol), su vida fuera de la ley había comenzado desde muy joven con peleas, hurtos, robos y repetidos asaltos cuchillo en mano en ambas márgenes de la ría de Ribadeo. Apenas arribado, le cortó la cara de un navajazo. Desafiante y decidido, considerado muy atractivo por las mujeres, empezó a regentar sus propios burdeles. De la mano de su hermano ingresó en el negocio de la prostitución en los barrios de Barracas y La Boca, asociándose con políticos del partido radical que en ese momento estaban en el poder y le ofrecían protección a cambio de participar en las ganancias. Su crecimiento económico fue tan vertiginoso que al poco tiempo además creó una red de casinos clandestinos y se convirtió en el mayor capitalista de apuestas de toda la Capital Federal. Pero eran tiempos violentos e iban a comenzar las grandes rivalidades.

Del otro lado del Riachuelo, en el barrio de Barracas al Sud (actualmente Avellaneda), los negocios ilegales los manejaba Ruggerito, un italiano de Nápoles que llevaba muchos años operando sus actividades sin ningún tipo de oposición y empezaba a preocuparse por la rápida expansión del Gallego Valea. También tenía grandes contactos políticos con ideologías opositoras al radicalismo y un conjunto de guardaespaldas que lo protegía todo el día. Y aunque no se conocían personalmente, por contactos en común ambos habían acordado no meterse en las zonas de su adversario.

La guerra comenzó cuando intentaron asesinar al cantante Carlos Gardel, íntimo amigo de Ruggerito, a la salida de un concierto: fue herido de bala en un pulmón, salvó su vida milagrosamente y todas las sospechas recayeron en Roberto Guevara, uno de los matones de Valea. El rumor se instaló con fuerza en el ambiente de las mafias; Valea había mandado a asesinar a Gardel. El gallego negó varias veces cualquier relación con el hecho y enfurecido por la difamación, decidió romper el pacto e instalar prostíbulos en el hasta entonces intocable territorio de Ruggerito.

Con ambición desmedida y sin importarle las consecuencias, abandonó el departamento donde convivía con sus dos amantes, aumentó su ejército de matones, sobornó a la policía y estableció un colosal casino y cabaret en la Isla Maciel, plena zona rival. La respuesta de Ruggerito no se hizo esperar: la misma noche de la inauguración, la banda de mafiosos del italiano ingresó al local, destrozaron las instalaciones y asaltaron y golpearon a todos los clientes. A partir de ese momento comenzó una serie de enfrentamientos y asesinatos en La Boca y Avellaneda que captaron la atención nacional.

Dos veces se enfrentaron cara a cara; en la primera, Valea y sus secuaces intentaron asesinar a Ruggerito en un tiroteo descomunal sobre la Avenida Mitre. El napolitano, herido, salvó su vida de milagro pero cayeron muertos dos de sus cómplices. Esa misma noche, “el loco Ceferino”, un miembro de la banda del gallego se infiltró en el velatorio para intentar averiguar el paradero de Ruggerito, pero al ser descubierto lo asesinaron a golpes frente al cajón de su adversario. En el segundo encuentro personal, el que terminó huyendo fue el gallego, luego de una emboscada en el centro de Buenos Aires. En la balacera murió acribillado el principal socio de Ruggerito, el “Ñato Rey’’.

En las disputas entre miembros de ambas bandas hubo más de 40 muertos. Cuando la ola de violencia se hacía imparable, Gustavo González, del diario Crítica, considerado el mejor periodista de policiales del país, se ofreció para intermediar entre los mafiosos en busca de lograr un acuerdo para frenar las víctimas fatales. “Interceda y haremos la paz, no quiero más tiros. Tengo la plata suficiente para que la policía no me moleste”, prometió el gallego y Ruggerito también aceptó juntarse en la oficina del comisario Santiago. Pero el día de la reunión ninguno concurrió al encuentro.

Dos días después de la fallida reunión, Julio Valea fue al Hipódromo de Palermo a ver correr desde la calle a su caballo “Invernal”, ya que tenía prohibida la entrada. Estacionó su auto y subió al techo con binoculares para tener una mejor visión de la carrera, pero unos segundos antes de que terminara, se escuchó un disparo seco. La bala disparada por “el gordo Carranza”, asesino a sueldo contratado por Ruggerito, le atravesó el cuerpo desde la espalda. El gallego cayó sobre la vereda mientras el asesino guardaba su Winchester escondido sobre el puente de la calle Dorrego. “Cayó el as de los guapos” tituló la revista Sucesos. Luego de la muerte de Valea, Ruggerito manejó durante 4 años el negocio de la prostitución y las apuestas clandestinas sin que nadie se animase a enfrentarlo, hasta que una noche fue de visita a la casa de su amante en el barrio Crucecita de la localidad de La Plata. A pocos metros lo esperaban el chofer y su guardaespaldas, que no tuvieron tiempo de reaccionar frente al hombre que se acercó lentamente al mafioso italiano y le disparó con una escopeta en la nuca: solo los antiguos cómplices del Gallego Valea sabían que Ruggerito siempre usaba chaleco antibalas.

24 abr 2022 / 01:01
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