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A veces me avergüenzo de ser hombre

    EL lunes pasado, una mujer, que luego he sabido que está divorciada y con hijos, me escribió por Linkedin para decirme que le había tocado el artículo que escribí hace una semana, Señales, hablando de no vivir la vida que queremos y las secuelas relacionadas con la salud mental que eso deja. Le agradecí sus elogiosas palabras y, animada supongo por mi respuesta –intento contestar a los mensajes que puedo que honestamente no son muchos porque literalmente no me da la vida–, me dijo que ella había escrito un relato corto muy personal y que si me importaba leerlo.

    Confieso que pensé ¡vaya!, otra persona que quiere que lea lo que escribe, algo que me sucede con bastante frecuencia con personas que han leído Renacer en los Andes, o que me escuchan en alguna conferencia o que leen estos propios artículos de opinión desde que los escribo. Lo cierto es que cuando me sucede, tengo a la vez el sentimiento del honor que supone que te valoren intelectualmente o que te estimen y te sientan cercano como para querer compartir sus cosas contigo, buscando a veces consuelo, un consejo, o simplemente liberarse de una carga que llevan dentro. Y también se apodera de mi el sentimiento de pena por no poder atender a todas las peticiones que las personas me hacen.

    Sé que esto les pasa a otras muchas personas, pero es evidente que cuando tienes una mayor exposición pública esto se multiplica exponencialmente. Lo cierto y verdad es que trato siempre de ser cariñoso y educado, aunque como la realidad es que no puedo atender a las demandas de todo el mundo, habrá quien piense que no soy tan guay como creían, porque es evidente que todos nos sentimos únicos porque en realidad lo somos y a quien no llegue mi atención o mi respuesta pueden sentirse menospreciados, aunque yo no lo sienta así. Pues bien, liberada mi conciencia con esta explicación de mi incapacidad de escuchar siempre y a todos, esta vez fue una de esas veces en que dije: adelante, envíame tu relato y cuando pueda lo leeré, haciendo hincapié en “cuando pueda” para tratar de paliar su mal sentimiento si nunca recibía respuesta o tardaba mucho.

    Me subí a un avión y repasando y borrando mails, whatsapps, mensajes varios, me encontré con el micro relato. Vi que efectivamente era un texto corto, ni siquiera en un documento adjunto o un pdf, lo que me hubiera dado más pereza abrir y lo leí. Tuve que leerlo tres veces porque hacerlo me dolía y trataba de intentar buscar algo que me hiciera pensar que era ficción o que yo no estaba entendiendo bien, pero ¡NO! Era un relato real que, manteniendo evidentemente el anonimato de la persona que me lo envió os comparto. Decía textualmente así:

    “Gracias! Se trata de una experiencia mierder. Empieza con... anoche tuve una cita. Hombre agradable, divorciado, una hija de 5 años. Tras una cena agradable, salimos del restaurante en busca y captura de un local para tomar algo. Al ser domingo la cosa estaba difícil y me propuso ir a su casa a charlar y tomar algo. Le dije que bien. Así es que allí estábamos los dos, sentados en su sofá, charlando de temas variados, con un gin en la mano. Hasta que al parecer se cansó de charlar y se abalanzó sobre mi, besándome e intentando meterme mano. Le retiré y le dije que NO era mi idea, que la conversación era agradable, pero que no sentía atracción. Le dio igual, siguió intentándolo y yo quitándomelo de encima. Mi NO no quedaba claro. No mejoró mucho la escena, me levanté y me dirigí a la puerta. Él había tenido tiempo de bajarse los pantalones, cogerme la mano forcejeando y ponérmela en su entrepierna. Se corrió en cuanto mi mano le tocó sin mi consentimiento. No sé cómo me siento, es decir agradable no fue, no me gustó nada, fue violento, jamás antes me había ocurrido algo así. Y lo peor de todo, me avergüenza. ¿Di señales equivocadas? ¿Di pie? ¿Mi NO debería haber sido gritando? ¿O no es para tanto y exagero? No te conozco absolutamente de nada Miguel Ángel, necesitaba soltarlo, que alguien lo sepa, no busco apoyo o consuelo, pero aquí estoy soltando lastre”.

    Mi respuesta a su mensaje, tras leerlo varias veces y sintiendo a la vez un nudo en el estómago, rabia, dolor... fue:

    “Mi querida Ana ( nombre ficticio), has hecho bien en liberarte y contármelo! Déjame que lo digiera porque solo un hijo de puta/basura/escoria humana/cabronazo... haría algo así! Tú solo eres la víctima del hecho! Te envío un abrazo de corazón!”.

    Ella me contestó: “Un millón de gracias por tus palabras, me hacen sentir mejor Miguel Ángel. Es increíble que pasen estas cosas, y de veras doy gracias al universo porque no haya sido peor. Pierdo de vista que todo el mundo no es buena gente y tiendo a ser confiada. Se acabó el entrar a casa de nadie”.

    La conversación siguió varios mensajes más que serían muy largos de transcribir. Pero la reflexión que quiero compartir con tod@s vosotr@s es que tenemos que darle de verdad una profunda vuelta a las relaciones entre hombres y mujeres, porque esto que cuenta Ana es mucho más habitual de lo que las personas sanas de mente pudiéramos imaginar. Este tipo asqueroso también tiene madre, hermanas, mujer, e incluso una hija pequeña. No puedo aceptar que un hombre que esté bien de la cabeza, pueda actuar así.

    No lo digo como eximente, ya que es evidente para mi que cualquier individuo que causa un daño que pueda dejar secuelas en la vida de otra persona, debería estar apartado de la sociedad para siempre. Pero esta historia me hace ser consciente otra vez de la cantidad de situaciones intolerables que viven a diario millones de mujeres, que les van a dejar secuelas psicoemocionales, y de las que NADIE se va a enterar excepto ellas, que se quedan con esa carga, y sus agresores que siguen con sus vidas tan tranquilos alimentando a la bestia que llevan dentro, empoderados porque NUNCA les pasa nada,

    Toda la sociedad, pero sobre todo los hombres debemos actuar con toda contundencia con los maltratadores, avergonzándolos, poniéndoles en evidencia, no riéndoles determinadas actitudes supuestamente inocentes a veces, apartándoles de nuestras vidas, haciendo que se sientan escoria que es lo que son, impidiéndoles siempre que seamos conscientes de ello que cometan sus delitos. Y tenemos que generar diálogo, conversar abiertamente sobre todos estos temas con las mujeres, dándoles el espacio de confort y confianza, sabiendo que no van a ser erróneamente juzgadas, como para que puedan abrirse y contarnos lo que les pasa y liberarse así de sus cargas y dándonos la oportunidad de actuar como amigos, padres, hermanos, tíos, primos, vecinos, o simplemente hombres que queremos ayudar.

    Imaginemos el nivel de locura en el que vivimos para que una chica, una mujer, tenga que plantearse “qué hizo mal” para ser víctima de una agresión sexual. Toda mi vida como hombre me he preocupado de que todas las mujeres que han tenido una relación de intimidad conmigo supieran y sintieran que tenían una puerta abierta en todo momento y en cualquier situación, si por la razón que fuese decidiesen no querer continuar. ¿Es que acaso debe ser de otro modo? No, ¿verdad?

    Por favor, ¡reflexionemos señores! Imaginemos a nuestras madres, hijas, mujeres, sobrinas, amigas... viviendo situaciones así. ¿A que dan ganas de vomitar y haríamos lo que fuera para evitárselo? Pues pensemos que las mujeres con las que interactuamos en nuestra vida, también tienen padres, hermanos, amigos... Ah! y ¡si no sabes beber, no bebas!, ¡o hazlo solo en tu casa o con tus amigos hombres! Ya está bien de usar al alcohol como excusa. ¡Los acosadores sexuales sois basura! Pero es responsabilidad de todos acabar con esta lacra.

    12 jun 2022 / 01:00
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