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Ábalos y el beneficio de la duda

ESTA vez, y es la primera, el ministro Ábalos dijo sí a todo o a casi todo, cuando menos en lo principal, de lo planteado por Feijóo en el encuentro mantenido por ambos en Madrid. Los asuntos que llevó el presidente gallego en su cartapacio son viejas reivindicaciones sobre las que existe amplísimo consenso social y político en Galicia. Parece que al fin se atienden, al menos de palabra, con el compromiso, novedoso con este Gobierno, de crear mecanismos de control conjunto sobre los cumplimientos.

Dados los antecedentes, sorprendió la receptividad del ministro encargado del transporte y movilidad, junto a lo que se denomina agenda urbana, de más difícil precisión. Si le llamaran Obras Públicas o Fomento nos entenderíamos mejor, sobre todo en lo referente a lo que reclama Galicia, que no es otra cosa que actuaciones urgentes sobre las grandes infraestructuras, con excepción del transporte aéreo, que delegamos su gestión a Portugal. El principal aeropuerto gallego es el Sá Carneiro. La facilidad con que Feijóo logró arrancar compromisos a Ábalos es para mosquearse. Cierto que algunos son deudas que deberían estar saldadas. Por ejemplo, la llegada del AVE o la rebaja del precio de la AP-9. El tren rápido tendría que estar rodando, según promesa de Sánchez al poco de llegar al Gobierno, desde hace más de un año, y sobre los elevados peajes de la autopista, además de anuncios hay un documento suscrito con el BNG por el que la reducción de tarifas debería estar vigente desde el 1 de enero pasado.

Pronto sabremos si esta vez va en serio. Porque pudiera ser que se diera alguna de las siguientes variables: A) El Gobierno acepta reparar la discriminación a Galicia. B) O falar non ten cancelas. C) Ábalos no reparó en lo que dijo porque solo pensaba en Arrimadas y la operación pimentonera. Quiero creer en la opción primera porque, siendo las dos restantes verosímiles, el maltrato tendrá que terminar algún día. La discriminación en los presupuestos, política industrial y ayudas del fondo COVID no son fácilmente reparables. Atentos a la pantalla.

Cerrar, cerrar y volver a cerrar

CON frecuencia se recuerda la frase, a modo de lema, con la que Luis Aragonés exhortaba a sus jugadores: “Ganar, ganar y volver a ganar”. Al final lo consiguió. Con él España ganaba la Copa de Europa y su digno sucesor, Del Bosque, aplicando su método, conseguía por primera vez la Copa del Mundo. La consigna, aunque en sentido opuesto, parece haberla copiado la parte del Gobierno responsable del futuro industrial de Galicia, en primer lugar la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, secundada en estas lides por la parte de Podemos, con Iglesias responsable de la Agenda 2030. Da la impresión que la intención, aunque traten de disimularla, es: “Cerrar, cerrar y volver a cerrar”. Y no me refiero solamente al noroeste de Galicia, que el pasado martes se rebeló en masa para detener los cierres, unos materializados como Gamesa, otros en ciernes, Endesa de As Pontes, y otros en grave riesgo, caso de Alcoa, por citar solo algunos, si no también al sur, caso de Ence, y de todas las industrias alimentarias situadas en lo que se considera dominio marítimo terrestre. Todas ellas necesitan agua en abundancia para ejercer su actividad. Por eso, cuando algunos políticos -véase Gonzalo Caballero- dice estar a favor de su mantenimiento pero en otro lugar, debiera explicar dónde. ¿Portugal o Brasil? El gobierno asturiano, también socialista, lo tiene claro: en su ría de Navia.

Balance de un ‘annus horribilis’

HOY se cumple un año desde que Sánchez decretó el estado de alarma. Lo hizo con retraso y después de que varias comunidades autónomas, entre ellas Galicia, tomaran medidas de emergencia acordes a sus competencias. El presidente del Gobierno, presionado también por la comunidad científica, se vio obligado a dar la cara. Un reciente estudio de dos prestigiosas universidades cifran en más del 20.000 muertes las que se habrían evitado de haber adelantado solo una semana las medidas. Y lo que no empieza bien acostumbra a terminar mal. Más allá de las sensaciones, siempre subjetivas, están los datos. La cifra oficial de fallecidos supera los 70.000 -las reales rondan los 100.000-, ostentando España el triste honor de situarse entre los países del mundo con mayores índices de mortalidad. Además del balance sanitario, lo principal, hemos de añadir el económico. Y el resultado también es de lo más negativo. Nuestro país se empobreció el 11 por ciento durante 2021, el mayor desplome de la OCDE, sin parangón desde la guerra civil. El número de parados subió un millón, al que hemos de añadir casi otro tanto de quienes están en ERTE, con un futuro laboral incierto. Los datos en Galicia son mejores, pero no por ello ningún consuelo. En fin, un annus horribilis (año terrible) y algunos políticos solo piensan en pisar moqueta. ¡Indecentes!

14 mar 2021 / 01:04
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