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Acceso universal
a la vacuna

    PARECE que los contagios se van aminorando. Y las medidas restrictivas se levantan lentamente, con dudas, claro es, esperando la señal de la primavera. Los científicos siguen saliendo en televisión más que nunca, desde que tengo uso de razón. Es verdad que a menudo son los mismos, los más mediáticos, supongo, o los que se ponen a la videoconferencia. Algunos nos han enseñado la pandemia, sus causas y sus efectos, con juguetitos y cosas. La didáctica está bien, y la televisión necesita estas cosas, por lo de entretener.

    Todas estas semanas han tenido una banda sonora continua, persistente, y, necesariamente, repetitiva. Nos hemos convertido en seres humanos que no podemos vivir sin el ruido, el que sea, sin el torrente de datos, y todo eso que se llama con acierto la sobredosis de información. Tal vez sea una forma de calmar la ansiedad, de disimular la incertidumbre. Consumir tantos datos, tantas estadísticas, un día sí y otro también, no parece muy nutritivo, pero tal vez tenga un efecto chicle: masticamos la realidad, mientras dure el miedo, como el portero ante el penalti.

    Febrero parece un puente hacia algo mejor, aunque todas las precauciones son pocas. Las vacunas se van abriendo camino. De todo el cúmulo de datos que nos han servido, ya fueran recalentados o no, los de las vacunas parecen los más apetecibles. Todo el sistema parece de pronto un poco más engrasado, aunque estamos hablando de vacunar a todo un planeta, o casi. Van apareciendo más opciones: Johnson and Johnson ahora, que parece cubrir un amplio espectro, incluyendo las variantes.

    Toda la población (o sea, la audiencia televisiva) aprende sobre mutaciones, cepas de aquí y de allá. Antígenos y esas nuevas palabras que han sustituido la normalidad semántica. Nos hemos llenado de vocabulario epidemiológico, pero lo importante es la vacuna. La pregunta inmediata es qué pasará con los países que no tienen acceso fácil, qué será, como siempre, de los más desfavorecidos. Una lección de solidaridad se impone. Se habla de liberación de patentes, de toda esa otra parte, la comercial, que no es moco de pavo.

    El control de la pandemia parece en marcha, más allá de la amenaza de las nuevas variantes del virus, que es una amenaza real. Mientras penetra en nuestras vidas un pequeño rayo de luz, que será más hermoso cuando al fin estalle la primavera, los especialistas creen que el virus se quedará.

    Hay miedo sobre la posibilidad de que las mutaciones compliquen lo conseguido hasta ahora. El miedo lleva abrazándonos demasiado tiempo. Muchos creen que han llegado al límite de lo que pueden soportar. No se trata sólo del colapso económico, que no ha dejado de agravarse, incluyendo aquellos que naufragan en silencio, sin micrófonos ni cámaras que lo cuenten.

    Los medios narran situaciones complejas a diario, hosteleros desahuciados, impuestos difíciles de pagar, tiendas que ya no abrirán, niños sin ordenador, pero sólo es una pequeña parte de lo que pasa. Además de la economía devastada, se trata, también, del límite psicológico, que al parecer no ha recibido suficiente atención. Como siempre, se piensa que los ciudadanos lo resistimos todo, podemos con todo, y a otra cosa. No en esta ocasión.

    Y, con todo, el ansia de regresar a la vida verdadera es inmensa. La vida se abre camino, a pesar de tanta muerte. Y debe ser para todos: cooperación con los países que no pueden pagar, donación de excedentes. Acceso universal a la vacuna. No puede ni debe ser de otra forma.

    25 feb 2021 / 01:15
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