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Afganistán y sus consecuencias

    LOS treinta artículos en los que se estructura la Declaración Universal de los Derechos Humanos del año 1948 redundan en la necesidad de garantizar la libertad y la igualdad de los seres humanos independientemente de su raza, sexo, nacionalidad, religión.

    Hoy su reivindicación cobra más fuerza que nunca a la vista de cuanto está aconteciendo en Afganistán. El silencio institucional no puede ser la respuesta a las atrocidades que puedan cometerse sobre los seres humanos, y especialmente sobre la mujer, en este país centroasiático.

    De alguna manera, Afganistán es un fracaso colectivo de Occidente, tras veinte años de conflicto, y es previsible que lo sucedido tenga consecuencias extraordinarias en la hegemonía mundial. En esa lucha de posicionamiento geoestratégico en la que llevamos años comprobando cómo Occidente se retrae, se consume, incluso se debate en reyertas intestinas, a menudo fútiles, que no hacen sino debilitar su situación, sin liderazgos fuertes y sin ideas claras. Envejece.

    No será la primera crisis humanitaria fruto de conflictos en este hervidero asiático, que deriva en un grave problema migratorio. Y, cuando menos, deberíamos estar preparados para una respuesta solidaria al problema de refugiados que se nos avecina y no repetir los errores de un pasado reciente.

    Se abren además otros frentes para la dignidad mundial.

    Por una parte, el respeto a los derechos de la mujer. Cierto es que hablamos de culturas diferentes, pero está claro que los abusos, las violaciones, la denigración femenina no deberían ser consentidos en ninguna parte del mundo. ¿Acaso Naciones Unidas se puede permitir que las mujeres sean sometidas por los talibanes y retornemos a un estado de esclavitud? Como tampoco deberíamos cejar en el empeño de defender a cualquier ser humano, sea cual sea su orientación sexual, otro de los grupos que corren riesgos ciertos en la nueva realidad afgana.

    Por otra, el aviso lanzado por Josep Borrell estos días sobre la necesidad de hablar con los talibanes. Asumido el fracaso de Occidente en esta contienda, no puede, sin embargo, Occidente abandonar a su suerte un país que puede poner en solfa la seguridad mundial. Y debe hacerlo por medio de un acuerdo de mínimos que vele por la integridad de las personas.

    Ningún país puede mantenerse al margen de la crisis humanitaria que se nos viene encima (Afganistán encabeza ya el ranking de países con mayor número de refugiados en el mundo), porque, como mundo civilizado, hay límites que no debemos tolerar. Es un ejercicio de responsabilidad ante iguales que no podemos ignorar.

    El riesgo cierto de que se genere un cocedero de terroristas en un país sorprendentemente dominado con extrema celeridad por el régimen talibán. Afganistán podría convertirse en el epicentro de una pandemia terrorista que quiere aplacar a Occidente.

    La prioridad inmediata es repatriar a los extranjeros y a los afganos aliados de los países de la Unión Europea pero deben adoptarse en paralelo decisiones comunitarias para contener la plaga talibán, por un lado, y ofrecer, por otro lado, medidas para acoger a los refugiados porque llegarán a nuestras fronteras y no se trata de improvisar cuando esto suceda.

    Estamos en una situación de alarma mundial y no podemos ceder a los derechos por los que todo ser humano lucha día a día; hacer valer la dignidad y el valor de las personas para garantizar el progreso social y elevar el nivel de vida para realmente decidir en Libertad.

    02 sep 2021 / 00:31
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