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LOS REYES DEL MANDO

Agosto / 1

    DEJAS las maletas sobre las baldosas milagrosamente frías: pesan como si llevaran un muerto. Siempre hay cosas que subir. Durante una hora vas transportando del coche al salón esos objetos que te recuerdan que no eres enteramente libre. Arrastramos el invierno hasta el verano, como si temiéramos perder las referencias. Esas agarraderas son las películas amadas, los libros que se resisten a ser leídos, y que han macerado hasta que llega agosto, el despertador para ver amanecer, la vieja cafetera que está como una ídem, unos juegos de mesa que vienen de lejos (el Monopoly, sobre todo), el flexo que sustituye a las inevitables lámparas mortecinas de las casas de vacaciones, esas libretas donde apuntarás las nuevas ideas, la lista del súper, o lo que surja.

    Con este trajín se me habrán olvidado algunas cosas, como cada año: el exprimidor, el colador, los sombreros para el paseo al faro, como Virginia, el líquido de las lentillas, y probablemente el marcapáginas, que tiene vida propia y a veces se salta los capítulos. Pero lo mejor es el vientre de las casas vacías que esperan recibir visita. El frigorífico, que hace hielo en todas partes a pesar de ser agosto, puede que lleve horas ronroneando, como quien abandona la hibernación (valga la paradoja). La lavadora es capaz de batir el récord de los cien metros lisos cuando centrifuga, o quizás son los cien metros obstáculos (hay varios): un día se irá, definitivamente, lo sé bien. Creo que está colada por el secador. Hasta ahora, verano tras verano, he logrado desdramatizarlo todo con el suavizante. Pero nada es para siempre.

    No hay muchos vecinos, creo, ni tampoco vi un exceso de coches por la carretera. Quizás venga un agosto tranquilo, aunque sin duda será malo para el turismo. Estamos resignados a toda esta rareza y, sin embargo, la casa no ha cambiado un ápice. Ahí sigue la vieja televisión de tubo, que funciona después de emitir ruidos extraños, un mensaje que no logro descifrar. Por ella no habrán pasado los interminables datos del coronavirus, pero en cuanto la enchufe tendrá que acostumbrarse a la realidad sobrevenida. En pocos minutos se hará cargo. No dejo de temer, sin embargo, que funda a negro, que es lo que se lleva. Aunque tiene buen color, vivimos tiempos oscuros.

    Todo, pues, en orden. Los electrodomésticos son lo más vivo que permanece en una casa cuando queda vacía. Y apenas sabemos nada de esas vidas. En unos años, los robots saldrán a recibirnos. Tendrán su vida propia en nuestra ausencia, serán muy inteligentes. Y quizás echemos de menos estos de ahora, que van a lo suyo, a lo que saben hacer, con la torpeza de los años acumulados, con la herrumbre y la vejez de sus circuitos. Ya comprenden que no son de este tiempo, que están a punto de irse al punto limpio, valga la redundancia, y se preguntan si no tienen derecho a una obsolescencia programada, sin dolor, que parece ser lo que se estila.

    Reconocido el terreno, me sirvo la primera cerveza y contemplo mi reflejo cansado en la pantalla negra del televisor. ¿Será mejor no despertarlo? ¿Será mejor empezar este paréntesis como si nada hubiera pasado, despojándonos de la crueldad de estos días, desviando la mirada hacia el atardecer? ¿Resistirá la realidad un poco de indiferencia? Debería acostumbrarse.

    01 ago 2020 / 01:42
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