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LOS REYES DEL MANDO

Agosto / 5

    BASTA con salir de la vorágine de los días y del gran ruido mediático para comprender que la Historia es relativa, y siempre un producto humano. El mundo va a su bola, y lo que nos moverá a fin de cuentas es lo que hagamos con el agua y con el aire: eso es lo que de verdad importa. Las cuitas humanas siguen siendo las de cualquier otro tiempo. Cualquier mirada a cualquier época, antigua o reciente, descubre de inmediato las muchas fallas de la humanidad, al tiempo que revela también nuestras grandezas, inexcusablemente mezcladas con nuestras miserias. Así somos, tocados por la magia y por el desastre, según el momento y las circunstancias.

    Afortunadamente, hace ya tiempo que abandonamos el intento de unirnos a los dioses, de emparentar con ellos, como era moneda común en la antigüedad, o de atribuirnos poderes que exceden lo meramente humano. Tiene su justificación ese deseo de alcanzar el Olimpo, puesto que nosotros mismos somos los que hemos creado a los dioses y no al contrario. Esa sensación de sentirnos alguna vez divinos es sólo la proyección de nuestros sueños. Desde los palacios a las cabañas, somos carne de lo más excelso y de lo más ramplón, de tal forma que nada refleja con tanta claridad nuestra naturaleza fieramente humana.

    Mientras la Historia avanza y da giros y volteretas en las pantallas del verano, estas rocas sobre las que contemplo el mar ni siquiera se inmutan. Las instituciones humanas tienen obviamente las mismas debilidades de los hombres. No podría ser de otra manera. Y quizás lo mismo sucede con los dioses que inventamos para buscarnos un seguro, no a terceros, sino a ser posible a todo riesgo. El poder y la gloria es parte del relato construido por los seres que hollamos este planeta, y en muchas ocasiones, quizás demasiadas, es parte de los relatos más intrincados y menos asumibles. Hay un mérito innegable, sin embargo, en nuestra especie, y consiste en el tesón por alcanzar el progreso. Así hemos pasado de las cavernas pintadas al Empire State, no sin infinitos sufrimientos. El empeño por sobrevivir nos hizo luchar contra el clima adverso, contra el calor abrasador y el frío insoportable, contra el poder inmenso de la naturaleza, y esa ha sido, de lejos, la mayor ocupación de los seres humanos. La lucha por la vida.

    Desde ayer, el vértigo de la actualidad se acelera aún más y convierte a este mes de agosto en el más extraño de cuentos hayamos vivido en mucho tiempo. Mientras la Historia gira y se complica, porque siempre hay una pirueta más en el repertorio, mientras las pantallas brillan como grandes constructoras de la realidad que nos alcanza sin salir de nuestra casa, nos enfrentamos a una pandemia brutal y a un gravísimo deterioro de la situación económica. Los relatos se entrecruzan en todos los platós, los tertulianos pasan de una alarma a otra, de un bucle a otro, de tal forma que se cumple también el viejo objetivo de Scherezada, que no era otro que resistir y salvar la vida a costa de mantener la dosis adecuada de suspense. Hoy vivimos pendientes de lo que va a suceder mañana. El suspense gobierna por completo nuestras vidas y nos ata a un relato angustioso. El ruido y la furia nos envuelven, pero sólo el agua y el aire importarán cuando llegue el momento.

    05 ago 2020 / 01:01
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