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Akelarres etarras

    DURANTE décadas, los criminales de ETA estuvieron muy presentes en nuestras vidas. Parapetados tras sus pasamontañas, pegaban tiros en la nuca, ponían bombas debajo de los coches o extorsionaban. Sin embargo, una buena parte de la sociedad vasca los veía como héroes y otra, como instrumentos útiles para extorsionar al Estado con el fin de conseguir recursos y transferencias de competencias (“mientras ETA agita el árbol, el PNV recoge las nueces” decía Xabier Arzalluz). A pesar de su derrota, algunos no han dejado de organizarles actos de reconocimiento. ¿Alguien puede imaginar el disparate de homenajear a Jamal Zougham y Abdelmajid Bouchar, autores de la matanza del 11M, o a violadores y pederastas convictos?

    Un homenaje siempre es una ceremonia de reconocimiento a una persona que ha hecho algo bueno, especial... Pero, qué ha hecho Henri Parot, con un rastro de terror que incluye más de 200 víctimas, 39 asesinatos y el atentado contra la casa cuartel de Zaragoza que dejó 11 víctimas mortales, 5 de ellas niños.

    Las concentraciones del pasado fin de semana para apoyarle son indignantes y una nueva humillación a las víctimas. Esto pone de manifiesto que, como escribió William Shakespeare, “algo huele a podrido en Dinamarca” (en este caso en la sociedad vasca), ya que el entorno de la banda terrorista parece seguir contando con apoyo social y mediático.

    El Ejecutivo de Pedro Sánchez quiere pasar las páginas de la historia de España que más estorban a sus socios golpistas, separatistas y herederos de ETA. Es una paradoja que el que está empeñado en revivir día tras día la Guerra Civil, las cunetas y el franquismo para seguir sembrando división y discordia, en lo relacionada con ETA nos pida justo lo contrario: mirar al futuro autoimponiéndonos una especie de amnesia colectiva y selectiva.

    Desde el momento en que aceptó pactar con Bildu, optó por abandonar una forma de entender la política, basada en el principio democrático de no deber nunca nada a quien legitime la violencia y el terror. Es triste que a los que se les llena la boca con las palabras democracia, progresismo y memoria histórica, no sean capaces de defender y honrar a las víctimas. Aunque en esto, no solo ellos son culpables, tienen también su parte de responsabilidad aquellos intelectuales y periodistas cómplices de su deseo de pasar página y olvidar esa parte de nuestra historia.

    Defender la Memoria Democrática (con mayúsculas), supone que las Cortes aprueben una ley que ilegalice a los herederos de ETA y su apología del terrorismo. Asimismo, el deber ciudadano de no olvidar a los 850 inocentes que a lo largo de casi medio siglo fueron asesinados, a los miles de mutilados, secuestrados y extorsionados, pasa por combatir pacíficamente, pero con firmeza, los discursos y ceremonias en que los terroristas son ensalzados como héroes.

    23 sep 2021 / 01:00
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