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Alunizaje en Galicia

    AQUELLOS pasos vacilantes de Armstrong sobre la superficie lunar anticipan las apariciones de los políticos foráneos en esta campaña electoral. Salen del Cabo Cañaveral de Madrid enfundados en los trajes espaciales, dentro de naves incómodas donde leen apresuradamente un resumen sucinto sobre Galicia, para alunizar en cualquier mitin y decir cuatro obviedades sobre el candidato al que tal vez acaban de ver por primera vez en su vida. Regresan después a la cápsula, atraviesan los años luz que separan la política gallega de la cortesana y relatan su experiencia en ese otro planeta.

    Es la suya una odisea en el espacio. Sirve, entre otras cosas, para comprobar cómo el autogobierno ha ido creando una cultura política propia. Empieza a pasar lo mismo con el humor galaico, que resulta críptico en Madrid o Sevilla aunque comprensible en Londres o Dublín. El humorista visitante que viene de gira hace gracia pero no tanto como Manquiña, Carlos Blanco o Touriñán que, en definitiva son de los nuestros. Si a eso le llamaran ustedes nacionalismo se equivocarían ya que nacionalismo sería reírse de sus chistes a la fuerza, por compromiso, sólo por sentimiento patriótico, y no de forma espontánea porque nos sale de dentro.

    Seguramente muchos de los aplausos que recogen los políticos que vienen de excursión son sólo piadosos. Ya que están se le aplaude. No es cuestión de que se sientan mal, los pobres. Pero aportar aportan muy poco, y ahí estriba una diferencia fundamental con los primeros tiempos de la autonomía, cuando el candidato gallego no era nada si no tenía al lado un refuerzo.

    La ovación atronadora y los gritos de la afición eran activados por el político que llegaba, no por el que estaba. Era una especie de sacramento de la confirmación en el que el líder nacional consagraba al paleto ante un electorado que miraba hacia Madrid como si fuera la Roma del católico o la Meca del musulmán.

    Todo eso quedó muy atrás. La causa no es que la política gallega se haya replegado sobre sí misma para consumir tan solo Galicia Calidade, sino que la política nacional se ha hecho más pequeña, más reducida y endogámica y por eso mismo menos conectada con las Españas. Esa desconexión que se percibe en los topicazos que traen consigo en la nave espacial los líderes nacionales que aterrizan en este planeta verde, era disculpable en los tiempos de Felipe II cuando desde la Casa Blanca de El Escorial se administraba el mundo a base de conjeturas e informaciones parciales y tardías de los virreinatos, pero no ahora en la aldea global. Falta la España global o falta que estos viajeros del espacio aprendan una asignatura llamada Galicia, sin limitarse a lugares comunes que caducaron hace décadas.

    Ni Zapatero, ni Sanchez, ni Casado, ni Abascal, ni Arrimadas, ni Iglesias, son ya las estrellas que aquí actuaban con teloneros locales que intentaban aprovechar su halo. Hoy en día si el candidato autóctono tiene peso por sí mismo, poco le aportarán, y si es débil no serán para él un reconstituyente milagroso. La campaña sirve para reafirmar que Galicia, amén de país o nacionalidad histórica, es un planeta con órbita propia al que de vez en cuando llega Armstrong.

    05 jul 2020 / 00:31
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