Año Santo, ¡más luz!

BANCOS claros, ligeros, armonizados en el exigente entorno; liberada de adherencias acumuladas –confusos relieves del Vía Crucis, confesionarios-mueble–. Más luz. La Catedral luce como acabada de estrenar.

El granito de su fábrica está labrado con sudor y sangre, los descendientes de aquellos canteros son contemporáneos nuestros. La Catedral está transida de Espíritu. No hay estética sin ética y la de nuestro edificio emblemático es una ascensión hacia lo Alto. “Per aspera ad Astra” (por las angosturas hacia las estrellas): a través de los cardos de la Peregrinación el Camino asciende hacia la Gloria.

Donde el racionalismo contemporáneo ve sólo arquitectura los creyentes advertimos presencia de lo sobrenatural. En la apertura de la Puerta Santa, Carlos Núñez entonó la Salve Regina a la gaita junto con el órgano de Adrián Regueiro, y hubo una lograda fusión de sonido y espíritu.

Julio Camba escribía hace noventa años que la Catedral de Santiago es lo más moderno de la ciudad y ahí sigue ella, tan lozana. Bueno, no por igual: Vega y Verdugo añadió el pesante baldaquino y amontonó sus numerosos ocupantes: cuatro reyes, seis angelotes talla XXL, tres veces el Apóstol, las cuatro virtudes cardinales a tamaño gigante y, por si fueran pocos, subieron un caballo. Un Barroco excesivo ahogado en pan de oro. Dudoso regalo del siglo XVII.

Está bien lo que bien acaba. Me felicito del estado actual, tan chulo, de la Catedral. Y agradezco y felicito a quienes lo posibilitaron. La recuperación no ha terminado sin embargo. Apunto dos tareas pendientes: una es propiciar la función penitencial de la Catedral con confesionarios bien perceptibles. La otra es reintegrar el Pórtico de la Gloria en el edificio del que es parte, sin tique de pago para acceder ni puerta que lo impida.