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Antonio Recuero, el perdedor optimista

    ALCANZÓ a ser ambas cosas. Un sufriente no quejoso, un cojo que avanza, un fumador pesado con fresca voz, el intérprete que quería ser compositor; un colchonero bebedor de Mahou. Gustaba cantar para acogidos en aquel centro de desadicción, con mañas de artista en el escenario. Un hermoso careto en el que raleaba el pelo y faltaba algún diente.

    Desde el confinamiento del 2020, faltaba Antonio Recuero bajo los soportales del Vilar, y en febrero supimos que había muerto el 23 de enero pasado en el Clínico, enterrado en Boisaca por cuenta del municipio. Lo hemos llorado poco a poco. Madrileño de 65 años cantaba en Santiago desde hacía más de treinta. Con repertorio Sabina, Paco Ibáñez y el “hai unha pomba dourada”.

    Recogía monedas en la funda de su guitarra, de donde asomaba un peluche y ocultaba una imagen de María Auxiliadora: era inclusero acogido por salesianos. Esposo, padre de Gustavo (1981). Era un perdedor energético, un nadador que se sostenía entre la pudorosa carencia y un fleco de asistencialismo.

    Lo añoramos los paseantes del Vilar, los clientes de La Gramola en Cervantes y los grises amigos que a veces cantábamos con él bajo los arcos. Me permitía compartír con él O niño novo do tempo, Que nadie sepa mi sufrir y La poesía es arma cargada de futuro. Antonio lo cantaba, se da por sabido, tanto mejor que yo. Le debo un republicanismo que yo no compartía, y que él no maldijera de su suerte. Yo admiraba su voz, el timbre de su canto.

    Antonio hacía ciudad. Era pobre sin decirlo, quizá sin saberlo, a lo mejor sin sentirlo. Conjuraba la pobreza con su arte y con un quinto de Mahou, más una añoranza de eternidad.

    Un día le regalé la zamarra que me venía chica; él me invitaba a cantar “...y entonces yo daré la media vuelta / y me iré con el sol cuando muera la tarde”.

    24 mar 2021 / 01:00
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