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Aquiles en el infierno de los muertos felices

A lo largo de los siglos los historiadores, y antes los poetas, no han dejado de alabar a los reinos, su poder y su gloria. Pero esa gloria cantada por quienes administran en la Tierra la memoria de los que ya no viven sobre ella nunca estuvo al alcance de la mayoría, pues, en contra de lo que decía nuestro poeta Jorge Manrique, “a reyes, emperadores y prelados/ así los trata la muerte como a humildes pastores de ganados”, la gloria y la fama estuvieron casi siempre reservadas para aquellos que, tras realizar grandes gestas, caían muertos en el campo de batalla, convirtiéndose así en héroes.

Al héroe Aquiles, “el mejor de los aqueos”, como le llamaba Homero, se le ofreció una alternativa: morir joven en la guerra y alcanzar así la fama imperecedera, que sería cantada por los poetas siglo tras siglo, o morir suavemente de viejo en la cama, como los demás ancianos que van cayendo lentamente como lo hacen las hojas cuando llega el otoño. Aquiles eligió la primera opción, porque no en vano era hijo de la diosa Tetis, pero sin saber si esa era la mejor de las dos, ni que tendría que arrepentirse por haberlo hecho. A Aquiles Homero le dedicó la Ilíada, que es el canto de su gloria y de los hechos que suscitó su cólera, cuando Agamenón, el jefe de la expedición de los aqueos, le arrebató una bella esclava que le había correspondido en el reparto del botín de ganado, joyas y mujeres al que tenían derecho los más bravos de los guerreros.

Pero en el otro de los poemas homéricos, la Odisea, Aquiles aparece retratado de una forma diferente, cuando Odiseo, el héroe que siempre prefería la astucia al choque frontal, se lo encuentra en el Hades, el infierno de los griegos. Al entablar la conversación le reconoce Aquiles que preferiría ser el más pobre de los jornaleros vagabundos que viven sobre la Tierra a ser el rey de los muertos. Y es que en el infierno uno no encuentra más que nostalgia, sufrimientos y melancolía.

Los griegos llamaban a los muertos dipsoi, los sedientos. Y es que los muertos, que son sombras huecas, eidola, que nosotros llamaríamos fantasmas, no son más que meras apariencias de personas, y lo son porque casi todos han perdido la memoria. Tras la muerte cuando el difunto llegaba al Hades y traspasaba el río del Olvido, iniciaba un largo peregrinaje por una llanura desierta, al final de la cual hallaba una fuente, la fuente del Olvido. Lo normal es que se arrojase a sus aguas y al beberlas perdiese lógicamente la memoria, que solo podía recuperar por un instante si bebía el agua, la leche o el vino que sus parientes derramaban sobre su tumba, o absorbiendo las gotas de algún pequeño animal sacrificado en su honor en el cementerio. Al recuperar entonces la memoria el muerto volvía a la vida, para retornar de nuevo a su triste destino.

En el infierno solo pocos pecadores sufren tormentos. Lo sufren las 50 hijas del rey Dánao, las Danaides, que habiendo llegado de Egipto como refugiadas fueron obligadas en Argos a casarse con sus 50 primos. Pero, para vengar la violencia de esos matrimonios forzados, Dánao entregó a cada una de sus hijas una daga para que degollase a su marido violador en la noche de bodas. Todas lo hicieron así, excepto una. Y en castigo por su soberbia fueron condenadas al llegar al Hades al suplico sin fin de intentar llenar una gran tinaja con unos vasos agujereados como si fuesen coladores. Comparten ese suplicio sin fin con Ixión, que quiso violar a la esposa de dios Zeus y gira eternamente atado a una rueda, o con Sísifo y Tántalo, condenados a subir una roca a un monte una y otra vez o a intentar saciar un hambre y sed eternas con un agua y unos alimentos que se le escapan al acercarlos a su boca.

Pero hay que ser un gran pecador o haber atentado contra los dioses para merecer un castigo; los muertos del común simplemente arrastran su melancolía y su nostalgia de haber perdido la vida. Los muertos del común van en grupo, como las ánimas de nuestra Santa Compaña. Y eso es lógico, porque al haber perdido su memoria también perdieron la identidad que hacía que cada uno de ellos fuese una persona. Y allí seguirán por los siglos de los siglos.

En la actualidad nuestro país está mayoritariamente habitado por sombras sin identidad, sin memoria y sin ningún sentimiento propio que les permita, por lo menos alguna vez, sentir que son auténticos. Y como no hay tonto sin porcentaje ni bobo sin siglas, por eso serán necesarias unas nuevas siglas para designar a esos grandes grupos de vivos errantes sobre la Tierra. Como se creen felices, podemos llamar a su mundo el IMF (Infierno de los Muertos Felices).En el IMF no hay grandes pecadores que hayan atentado contra el honor de los dioses. Tampoco hay héroes que hayan dado su vida en la guerra y llorado por la muerte de su camarada, como hizo Aquiles, el único héroe griego que lloró una vez al enterarse de la muerte de su amigo Patroclo, que había acudido a la batalla para salvar el campamento de los aqueos. Y no los hay porque para ser un héroe y alcanzar la gloria hay que morir, pero hay que morir por algo, y para morir por algo hay que creer en algo también.

En el IMF los vivos vagan en grupos en los que unos no se distinguen de los otros. Todos son iguales y todos se comportan de la misma manera. Y no puede ser de otra forma porque están vacíos y no tienen memoria. Sus habitantes siempre vagan en grupo para aplacar su sed, su ansiedad y su nostalgia de no ser nada. Ellos viven bajo el Sol y creen que lo que ellos son es un sistema democrático. Pero ese sistema no es una forma de gobierno ni un sistema legal con contenidos, sino solo la exaltación de unas masas en movimiento. En él nadie tiene que creer en nada, sentir nada, comprometerse con nada ni con nadie que no sea uno mismo. Por eso nadie tiene que saber hablar, ni mucho menos pensar, porque hablar y pensar es descubrir matices y hallar las diferencias.

En el Hades la mayoría de los muertos se resignaban a quedar en el anonimato, porque sabían cuál era su eterno destino, del que solo por momentos los podían liberar los líquidos vertidos sobre sus tumbas por aquellos que sobre la Tierra aún seguían acordándose de que los muertos también habían sido personas. No se les pasaba por la cabeza que pudiesen alcanzar la gloria y la fama y ser cantados por todos sobre la Tierra y muchos menos que pudiesen gobernar sobre los demás difuntos. Eso ni siquiera querría hacerlo Aquiles, que había vivido alguna vez y sabía que en los Infiernos, como en el mundo, los que mandan de verdad siempre son los dioses, como Hades y su esposa Perséfone, secuestrada como lo habían sido las Danaides, y rehén para siempre de ese marido que era a su vez su tío.

Pero en el IMF la mayoría de sus habitantes creen que tienen derecho a la fama y la gloria, aun sin haber hecho nada para merecerla. Y por eso también creen que tienen derecho a gobernar a los demás miembros del grupo que vagan creyendo que la única manera de ser diferentes es fundirse con todos los que son iguales, hablar como ellos y hacer lo que ellos hacen. Y así han nacido los nuevos héroes, que ni han llevado a cabo gesta alguna para merecer la gloria y la fama, ni han comprometido su vida con nada ni nadie, pero que sí saben que no puede haber fama si la fama no se ve, ni gloria si no se oye, y que ambas deben mostrase al mundo bajo una apariencia.

Los héroes del IMF son auténticos fantasmas, o sea apariencias, que es lo que significa esa palabra en griego. Son fantasmas y no quieren ser otra cosa, porque saben que en realidad no pueden ser nada. No les importa, porque saben que las apariencias han llegado a ocultar la realidad tanto, que hasta se puede dudar de su existencia. El héroe IMF es solo héroe de sí mismo. Su fama no es más que el placer que su vanidad le proporciona al reconocerse él mismo en su gloria, y al conseguir, a la vez, que los demás reconozcan su narcisismo como un bien común, que puede ser disfrutado por esa mayoría anónima que sabe que, si bien no es heroica, sin embargo puede llegar a serlo porque para eso no hace falta nada más que la suerte y la habilidad de imponerse sobre los demás.

Los héroes de la nueva epopeya del IMF ya no se llaman Aquiles, Héctor u Odiseo, sino Pedro, Pablo, Santiago, Oriol o Carles, ni Helena, Penélope o Criseida, sino Isabel, Irene, Marta, Magdalena o Rita. De ellos son la gloria y la fama en el IMF, mientras otras muchas muertas infelices, que mayoritariamente pueblan la tierra de los vivos, siguen, como las Danaides, intentando llenar cada día el tonel con sus cántaros agujereados, cumpliendo así el eterno castigo que se les impuso por intentar rebelarse contra la violencia de los 50 hijos de un rey en la ciudad griega de Argos, y lo seguirán haciendo hasta que se les agote la fuerza y el deseo de vivir.

15 ago 2021 / 01:00
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