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Arraigos y desarraigos

    HAY una cosa que se llama arraigo. Quien lo tiene actúa en consonancia con el territorio en el que está y quien no, se mueve siempre supeditado a poderes externos. Quizá se entienda mejor con ejemplos personalizados sacados de nuestra vida pública. Líderes como Feijóo, Abel Caballero y Beiras, tan distintos, distantes y antagónicos, comparten la condición de políticos arraigados porque representan corrientes de opinión que están vivas en la entraña del país, lo cual les permite gozar de una amplia autonomía en lo que dicen y hacen. Su libertad está alimentada por sus raices, no limitada por el dictado de un poder superior. No es que sean rebeldes dentro de sus organizaciones o versos sueltos que no riman con nada, sino que les aportan su propia personalidad.

    Ni siquiera sus críticos más acérrimos pueden imaginar que el presidente tome una decisión en la Xunta auditado por Pablo Casado o que el alcalde llame a Pedro Sánchez para solicitar su nihil obstat sobre una cuestión municipal. En cuanto a Beiras tanto sus aciertos como sus errores fueron achacables a él mismo, y no a haber actuado como vicario de alguien. La fuerza que cada uno tiene en sus parroquias procede de que la gente reconoce en ellos a un lider original y no a un emisario que sólo traduce órdenes para llevar a la mesa políticas recalentadas.

    Esta distinción entre políticos arraigados y desarraigados está muy presente en los tiempos del virus y ahora con la crisis industrial. Ese permanente fuera de juego en el que se mueven Gonzalo Caballero y Gómez-Reino tiene su origen en la inseguridad que produce la falta de arraigo. Ninguno de los dos surge como líder natural del socialismo o el populismo, sino como consecuencia de circunstancias fortuitas unidas al apoyo externo. Hay un padrino y una madrina tras su escalada que se llaman Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. Mientras estén en la cancha es a sus mentores a los que tienen que mirar buscando su aprobación o temiendo su reproche, y por ello sus opiniones sobre la gestión de la pandemia o en relación con Alcoa no son sino un karaoke.

    No ha habido un sólo mensaje suyo que antes no se hubiera estrenado en el cuadrilátero madrileño. Los “desastres de la sanidad pública” dejan paso estos días a la “carencia de una política industrial” que evite el desmantelamiento, como si el pase a la Fase 2 no fuese un espaldarazo al sistema sanitario gallego, o el precio de la energía no dependiera de regulaciones de la administración central. Se ataca a Feijóo con el deseo de que actúe como Ayuso y con la esperanza de que reaccione como Cayetana. El esfuerzo por trasladar a Galicia dinámicas ajenas es patente cuando los dos líderes invocan al fantasma de Vox para que se haga presente en Galicia y arrebate a los populares su tono templado. Otro gallo le cantaría a esta izquierda si, haciendo un alarde de política ficción, tuviéramos a un socialismo bajo el mando del Caballero senior y a un populismo capitaneado por un Beiras. No tienen edad, cantaría la susurrante Gigliola Cinquetti pero tendrían ese arraigo del que en la oposición sólo hace gala Ana Pontón. Sólo ella y Feijóo ejercen la autodeterminación.

    31 may 2020 / 00:00
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