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Ay, Cataluña, ¿por qué te alejas tanto?

    el periodista catalán Enric Juliana sostiene que si Felipe II hubiese llevado la capital del Estado a Lisboa, hoy a España las cosas le irían mucho mejor. Desde luego, sería interesante comprobar si hubiésemos evolucionado hacia una república, como ocurrió en Portugal, o nos hubiésemos mantenido en la monarquía. Pero, de aquella transcendental decisión, no está de más recordar que junto a la ciudad lusa y Madrid –elegida finalmente por ser castellana, tener buena caza y su posición central en la península, por este orden–, el monarca de los Austrias barajó también Sevilla y Barcelona. La urbe andaluza ya estaba colmada concentrando las relaciones con América y la catalana... la catalana ya era entonces parte de un problema. Y, así, nos quedaremos sin saber si Cataluña sería hoy una España dentro de España o si no hubieran florecido como florecieron tantos millones de republicanos, como en Portugal.

    LA NACIÓN INCESANTE. Mi primer contacto físico con Barcelona fue a los diez años, tras un viaje en un tren expreso que de Vigo a la estación Término tardó 26 horas en completar el trayecto. Fue tan cansino que durante años retuve grabada en la memoria la impresión de que Cataluña se encontraba en un lugar muy remoto. Una sensación de lejanía que con los acontecimientos de la última década todavía se agranda mucho más, con la peligrosidad de que del plano físico se salta al político y de ahí a un territorio sentimental de difícil regreso. Cataluña lleva siglos cocinando a fuego lento su futuro, con esa aparente indolencia con la que lleva construyendo la Sagrada Familia desde 1882, convencida de que tarde o temprano culminará las torres de su proyecto. Bajo el autonomismo de Pujol o de los destellos federalistas de Maragall, la nación continuó solidificando su fluir histórico para, llegado el momento, ahora o más adelante, desbordar el contenedor estatal fuera del cual los constitucionalistas no ven más allá. Pero los nacionalistas necesitan rebosar marcos porque es algo que está en su propia naturaleza. Pueden aceptar pasos intermedios, pero no cejarán en seguir madurando la fruta heredada de sus ancestros.

    ERA UNA CHICA MUY MONA. Que vivía en Barcelona. Se llama Inés Arrimadas y cuando ganó las elecciones en Cataluña se mudó a Madrid, donde una mala cornada en las generales la dejó allí tirada. De vez en cuando vuelve en vano como lideresa de Cs en auxilio de su candidato, aunque allí le canten el estribillo de Siniestro Total “De la ciudad condal tú eres, pero a mí no me quieres”. Ahora se enamoraron de Illa, que realizó el camino inverso.

    EL CANCERBERO. Me llevaron al Campo Nou a ver al portero alemán Sepp Maier y fue grande el desencanto porque no jugó. Representaba para los niños de los 70 lo que hoy puede significar Puigdemont para los infantes catalanes de los ambientes nacionalistas, un personaje mítico vinculado a Waterloo, cancerbero de las esencias independentistas. Si volviese a lo Tarradellas, enterraría los efectos Illa y Junqueras. ¿Lo verán los nens?

    UNIÓN IBÉRICA. España y Portugal se unieron con los reyes Felipes (II, III y IV). ¿Le habrán explicado a Felipe VI la historia peninsular?

    02 feb 2021 / 01:00
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