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Aznar en la noche

    VEAMOS, cualquiera querría entrevistar a Aznar. Jordi Évole, en lo suyo, lo consiguió la otra noche. Nos lo mostró en una de esas arquitecturas difíciles de definir, pero no lo llevó a una taberna ni a una nave distópica. Seguí la entrevista con la curiosidad inevitable, pues Aznar no parece proclive a ese intercambio de pareceres tan íntimo y personal, tan cara a cara, o eso creo, sino más bien al discurso breve pero intenso. Luego estaba el morbo de que Évole fuera el entrevistador, de que Aznar se hubiera al fin avenido a la charla, a sabiendas de que le lloverían preguntas difíciles.

    Ya se ha glosado mucho, en apenas unas horas, el resultado del encuentro. Aznar entró a las preguntas y contestó a su manera, claro, mayormente confirmando lo dicho otras veces, con un Évole que a ratos parecía algo sorprendido de estar al fin allí. No es que se le fuera de las manos, ni que flaqueara en el intento, ni que perdiera su célebre gen del otrora follonero, o sea, el gen de preguntador incómodo, insistente hasta el final. No, no es eso.

    Preguntar, preguntó, pero se fue acomodando a la presencia aznariana, como Aznar mismo, que sin duda se gustaba en el envite, y el resultado tuvo algo de exótico, esa extrañeza de la entrevista que no esperas y que se produce, justo, eso sí, en un peculiar instante de nuestra política doméstica. Aceptó Aznar que el momento actual en su partido no era fácil precisamente, añoró la unidad, dijo, que él dejó, cuando ahora la división y la derecha más extremada aprietan de lo lindo, como se vio, por ejemplo, en Cataluña. Pero ese escenario no se da en todos los lugares, también es cierto.

    De pasada, salió hasta Trump, ya que él tuvo su episodio de gran amistad americana en tiempos de Bush hijo. Évole recordó la foto que todos recordamos: la del grupo aquel, la de los pies sobre la mesa. Dijo Aznar, en una de las pocas veces que se salió de los cauces de lo esperable, que nunca hubiera votado a Trump, pero sí a Biden o a Hillary Clinton. Y hasta ahí puedo leer. Mientras el expresidente norteamericano regresaba al púlpito, casi al mismo tiempo, con motivo de la convención republicana, o lo que fuera que hubo en Florida, territorio desde el que Trump planea comenzar la reconquista. Algo así dijo a sus acólitos, mayormente enfervorizados. Pero quién sabe qué hay de verdad, de propaganda, de brindis al sol. Conocemos demasiado bien el percal. En realidad, el Partido Republicano está reconstruyendo el tejado, y quizás tumbado en el diván de la historia.

    Volviendo a casa. Tuve la sensación de que Aznar transitó en la noche de Évole tal y como lo había previsto. Según eso, se habrá ido satisfecho, al menos desde su perspectiva, como quien supera una prueba seguramente incómoda. Las lecturas del encuentro han sido diversas, pero casi todos coinciden en la idea de que, aparte de insistir en sus argumentos habituales, como por otra parte parecía cantado, no dejó de enviar algunos de esos mensajes con los que, supongo que en calidad de ex, se adorna a veces. Opiniones sobre el partido, fundamentalmente. También González, en eso, se ha dejado ver, o escuchar, recientemente. Sin exagerar demasiado.

    02 mar 2021 / 01:00
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