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Reseña Musical

Baiba Skride, solista del “Concierto para violín y orquesta nº 2”, de Dmtri Shostakovich

    Visita de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León el próximo sábado, día 14 al Palacio de la Ópera de A Coruña- 20´00 h.-, en la que nos reserva el “Concierto para violín y orquesta nº 2”, de D. Shostakovich, que interpretará la letona Balba Skride, bajo la dirección de Thierry Fischer, el Preludio de “La princesa lejana”, de Alexander Tcherepnin y la “Sinfonía nº 4, en Do m. Op 36”, de P.I. Tchaikovski. Balba Skride, perteneciente a una familia musical que comparte con sus dos hermanas, es hija de un director coral y una madre pianista. Se formó en el Conservatorio de Rostock con Petru Munteanu y siguió masters de Ruggiero Ricci y Lewis Kaplan, optando a lo largo de su notable carrera de la cesión de instrumentos como dos Stradivarius. Un Wihlelmj (1725),un detalle de la Nippon Music Foundation y un “Ex Baron Feilizch” (1724), cedido por Gidon Kremer, además de un “Yfrah Weaman”, de la “Beores Int. Violin Society”. Entre sus galardones, un Segundo Premio del Concurso Paganini (1998); el Primero del Queen Elisabeth (2001) y el “Echo Klassik” (2005). Destacan sus trabajos discográficos más recientes como el dedicado a los “Conciertos para violín” de Jan Sibelius y K.Nielsen, con la “O.F. Tampere” y S.Matias Rouvali; las sonatas para violín y piano, de Grieg, Nielsen, Sibelius y Stenhammar, para el sello “Orfeo” precisamente con sus hermanas o el concierto de Szymanowski, con la “O. F. de Oslo”, dirigida por Vassili Petrenko.

    Para abrir boca, Alexander Tcherepnin y el preludio de “La princesa lejana”, compositor perteneciente a una prestigiada saga de músicos, desde Nikolai N. o Serget Alexandrovich a Ivan Alexandrovich, un músico cosmopolita con arraigo en los Estados Unidos y una amplia trayectoria internacional. Fue alumno de Victor Belaiyev (quien había seguido las escuelas de Anatoli Liadov y A. Glazunov), y de la prestigiosa pianista Leocadia Kashpérova (discípula de A. Rubinstein), destacando como compositor de obras escénicas para el Teatro Kámerny, en Tiflis, antes de trasladarse a París, en donde entró en contacto con músicos como Bohuslav Martinu, Marcel Mihalovici y Conrad Beck,. En 1925, había ganado el Premio Scott por su “Concierto de cámara”, pero lo primordial y por lo que nos interesa, destacan sus trabajos operísticos como “OL-OL”, estrenada en Weimar, Praga, Viena y Nueva York, o “Die Hochzeit der Sobeide”, a partir de un libreto de Hoffmannsthal, estrenada en Viena. No menor importancia tienen sus ballets, como “Trepak Op. 55” y “La Léyende de Razin”. En su entorno profesional, sobresalen las experiencias compartidas con Enescu, M.Mihailovici, el húngaro T. Harsanyi, el polaco A. Tansman, el checo B.Martinu y sus colegas de la escuela parisina, en la que desarrollo un labor de importante investigación musicológica, proponiendo nuevos métodos de trabajo, equiparables a los de Oliver Messiaen y que en definitiva, quedará como conocido como la “escala Tcherpnin”, compleja de explicar en su evolución a partir de “escalas sintéticas”

    Dmtri Shostakovich con el “Concierto para violín y orquesta, en Do sost. m. Op. 129”, obra que dio a conocer David Oistakh, obra de la que es dedicatario y que a tenor de la opinión de Kryzstof Meyer, se resuelve precisamente en esa tonalidad menos frecuente, para el conjunto de sus tres movimientos, careciendo de la singularidad formal y expresiva tan típica del “Concierto nº1, en La m. Op. 77”, escrito en pleno período zdanovista, en el que sus asuntos personales pasaban por un momento crudo. En resumen y para centrarnos en la obra, la parte solista es más sobria y menos virtuosista. Destaca la peculiar profundidad expresiva del segundo movimiento, un “Adagio” muy sencillo, pleno de melancolía y de recogimiento, que prescinde de todo efecto espectacular, contando con poquísimas notas que realzan en especial el elemento melódico. Los otros dos movimientos- el primero seleccionado temáticamente con “Stepan Rasin” (segundo tema), en el que se apreciada el cuidado de su cromatismo y el apasionado “Finale”, aporta detalles graciosos y ligeros, siendo tal vez menos inspirados, pero técnicamente son excelentes. Una obra estrenada en Moscú en el otoño de 1967, poco antes de que Oistrakh realizase una exitosa gira por los Estados Unidos, resultando inmediatamente una puerta abierta al interés por otros importantes solistas.

    La “Sinfonía nº 4, en Fa m. Op. 64”, de P.I. Tchaikovski, fue dirigida en su estreno por Nikolai Rubinstein y nacería como un resultado ajeno a todo proyecto programático, quedando en resumen como un trabajo que no dejará de suscitar una nutrida literatura, desde el momento del intercambio de planteamientos entre el compositor y el director. Todo en ella resulta atractivo por el considerable despliegue de recursos instrumentales ya desde el “Andante sostenuto – Moderato con anima” (in movemento di valse), en el que se descubre el elemento crucial de la obra a partir de un impulso arrollador. Un entusiasmo que no duda en ponerse en entredicho para continuar con el “Andantino in modo di canziona”, estilo proclive a las debilidades del músico, en el que manifiesta estados de ánimo que observamos en otras obras. Una “Canzona” a la que da entidad el oboe, al que responden el chelo y el fagot, en vistoso contrapunto expresivo. El “Scherzo con fuoco”, fiel de la balanza, describe con holgura un animado festejo popular, bien regado por bebidas y demás tentaciones, al paso de una escena de mujicks pasados de rosca y el eco de un desfile militar. El “Allegro con fuoco”, no deja de ser una ostentosa algarabía colectiva, que nos invita a entregarnos en compartida alegría. Su primera obra en la que, por su idea cíclica, la importancia del tema del Destino, nos puede acercar a la “Quinta Sinfonía” beethoveniana.

    11 ene 2023 / 01:00
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