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Bostezando

    Estaba diciéndole a Helena por qué hay momentos del día en los que hay darse prisa, y bostezó. Pasé entonces a explicarle por qué se considera de mala educación que se te abra la boca cuando alguien se está dirigiendo a ti, y lo que ocurrió a continuación es que bostecé yo. Me quedé sin discurso. Da igual en qué momento llegue: el bostezo siempre te desarbola. Es un ataque contra ti, llevado a cabo por ti. Me tuve que limitar a gritarle, sucesivamente, «Desayuna rápido», «Lávate rápido», «Vamos a llegar tarde», «Vístete rápido», «Acaba de una vez». A estas alturas es bastante ingenuo pensar que una persona puede llevar una vida sin que se le abra la boca inesperada, fortuitamente, una vida libre de cansancios, hastío, aburrimiento, hartazgo, desidia, incluso asco.

    En una etapa de mi vida laboral, cuando cubría sucesos y judicial, un par de días a la semana me metía en una sala de vistas, y rezaba para que ocurriese algo interesante. Si tenías paciencia, y aguantabas cuatro o cinco juicios seguidos, casi siempre había uno con el que arreglabas una página. Empleábamos a menudo el verbo «arreglar» porque partíamos de que un periódico en blanco, cuando se maquetaba a primera hora, simbolizaba una gran avería. Por supuesto, había muchísimos días críticos, de una insulsez insuperable. Recuerdo uno de ellos, en el que una fiscal interrogaba al acusado cuando a este se le abrió la boca, y dio comienzo a uno de los bostezos más fascinantes que he presenciado jamás. Tuvo que intervenir el juez, que lo llamó al orden, para acabar amenazándolo con la expulsión cuando el acusado alegó que no había dormido nada por los nervios del juicio. Pero el mal ya estaba hecho: acabamos bostezando, disimuladamente, casi todos los que estábamos allí. Fuera de eso, la mañana resultó muy improductiva, pero me permitió escribir uno de mis titulares, a cuatro columnas, más tristemente célebres: «El acusado bostezó».

    Igual que chasquear la lengua, resoplar, poner los ojos en blanco, bostezar representa solo la humilde, pírrica victoria del cuerpo humano sobre el mundo que lo rodea, y que a menudo es un tostonazo. Hace unos meses se afeó a dos jugadores del Barça, condenados a la suplencia en un partido contra el Elche, que siendo «estrellas millonarias» dieran un pequeño recital de bostezos, desparramados en el banquillo. Mal. No hay bostezos de ricos o pobres, guapos o feos, tontos o listos. Hay bostezos inevitables; unas veces recatados, disimulados, y otras llanos, explícitos. Todos bostezamos, a menudo en el momento más inoportuno. Yo bostecé en el entierro de mi abuelo, en la iglesia, y eso que lo quería muchísimo. A pesar de que mi madre me vio, no conseguí no bostezar por segunda vez, mientras me fulminaba con la mirada. A veces perdemos de vista que durante muchas horas al día la vida es un coñazo, o de que estamos rodeados de pelmazos, a los que te dan ganas de matar. Pero eres un pacifista convencido, así que enarbolas la calma, el reposo, y, al poco, como sin querer, bostezas.

    13 feb 2023 / 06:00
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