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¿Brillará Europa sin Merkel?

LA marcha de Angela Merkel deja un hueco en la política europea y mundial bien difícil de cubrir. En los 16 años de mandato al frente de Alemania su liderazgo traspasó las fronteras nacionales y mismo europeas, con efectos beneficiosos para todo el orbe, en tiempos tan convulsos como estas dos décadas del siglo XXI que comenzó con la barbarie yihadista y ahora lucha contra un virus de efectos devastadores. La canciller es un referente de sensatez, cordura y sabiduría, a punto de enrolarse en su vida privada. A finales de septiembre dejará el poder, sin ruido pero con huella profunda. Con la misma templanza que llegó e igual que supo gobernar su país y, de facto, Europa. En toda su trayectoria pública, Merkel siempre transmitió seguridad, credibilidad; sentido común en definitiva.

Nadie es insustituible, acostumbramos a proclamar, pero hay personas que destacan porque su papel es trascendental para el conjunto de la sociedad. Cuando hablamos de estadistas nos referimos a aquellos políticos que piensan y actúan para mejorar el futuro de los ciudadanos. Los del montón, que son mayoría, piensan en las próximas elecciones. No hay más que echar un vistazo sobre las capacidades de los principales gobernantes europeos coetáneos de Merkel para entender la diferencia. El nivel de Johnson, Macron o Sánchez no llega a la suela de su zapato. Ya veremos si aguantan más de un mandato. La canciller tuvo que afrontar grandes y numerosos desafíos, entre ellos la gran recesión iniciada en 2007, que a punto estuvo de acabar como mínimo con la unión monetaria. El Nobel Krugman dio por muerto el euro. Las políticas de austeridad y disciplina fiscal, muy criticadas en el sur de Europa, salvaron finalmente a los países en bancarrota como Portugal, Irlanda y Grecia, y enderezaron el rumbo de Italia y España. Las recetas frente a la actual crisis provocada por la pandemia, diferentes a la anterior porque evidentemente la enfermedad es otra, también son esperanzadoras. Digamos que por primera vez la Unión Europea da barra libre al gasto, asumiendo directamente la deuda para lograr los recursos necesarios que permitan a cada país afrontar la recuperación económica. Esta política de estímulos se hace no solo con el apoyo, sino con el impulso decidido de Alemania, país que se destacó desde el principio por las ayudas directas a las empresas con fondos públicos. Otros, como el nuestro, optó por la palabrería.

El último discurso parlamentario de Merkel, esta semana, fue un canto a las virtudes de la Unión Europea. Y con este espíritu profundamente europeísta visitó Compostela hace siete años, en 2014. La canciller recorrió, para dejar constancia de sus convicciones, un trecho del Camino de Santiago, elemento no solo simbólico sino históricamente vertebrador de la construcción europea. Su compatriota Goethe ya lo interpretó así hace dos siglos.

Como manual del buen político y que sirva de ejemplo para otros -no es necesario señalar- hay que destacar su esfuerzo por gobernar desde al acuerdo, aun cuando no fuese necesario. Lo hizo con éxito a nivel interno con el partido socialista, cuando las necesidades de entenderse entre adversarios son en Alemania infinitamente inferiores a las de España. Lo intenta con Rusia y China, aunque no siempre es correspondida, pero toma la iniciativa. Con Trump desistió. Caso imposible. Pero con Biden se abre una ilusionante nueva etapa en las relaciones Europa-Estados Unidos.

Merkel, la cabeza política más equilibrada y mejor formada del panorama mundial, se puede ir con la satisfacción del deber cumplido. El sesgo social que dio a sus políticas es otra de sus características. A pesar de las reticencias de una parte de los alemanes, se propuso dar cobijo a un millón de desplazados por la guerra en Siria. El proceso de integración se está llevando a cabo con éxito, sin grandes contratiempos. ¡Qué diferencia ética con aquellos que convierten en espectáculo propagandístico el rescate de un barco o expulsan en caliente a migrantes, algunos menores, tras criticar el método!

La candiller alemana que más tiempo permaneció en el cargo, y lo deja por voluntad propia, lidió también con el brexit. De manera sorprendente, porque no es costumbre la unanimidad en la UE. No hubo la menor fisura entre los 27 miembros que la forman actualmente. En la crisis sanitaria del COVID-19 cometió errores, pero siempre dio la cara -no así otros mandatarios, y tampoco hace falta señalar- asumiendo en primera persona algunos fallos que no eran siquiera suyos en exclusiva, comportamiento que le otorgó mayor credibilidad.

Angela Merkel, la primera mujer que rige los destinos de Alemania desde hace más de mil años -en el siglo X mandó una emperatriz- y que encabeza una suerte de troika gobernante al frente de las principales instituciones europeas, de indudables afinidades políticas. De su equipo salió la presidenta de la Unión Europea, Ursula von der Leyen, y el todopoderoso Banco Central Europeo lo señorea, con el vinculante placet de la canciller, la francesa Christine Lagarde. Queda todavía mucho por alcanzar la igualdad, pero no cabe duda de que en Europa menos que en el resto del planeta. Y a pesar de todas las carencias, el Viejo Continente es la región más brillante de la Tierra, la mejor para vivir.

Con 67 años, la edad que propone para las jubilaciones del futuro, dejará sus responsabilidades públicas. El reconocimiento universal a su labor es la mejor prueba de su quehacer y el más grande homenaje que puede recibir esta singular profesora, investigadora y doctora en química cuántica. ¿Será Europa capaz de continuar brillando sin Merkel? La duda es razonable.

27 jun 2021 / 01:00
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