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Callejones socialdemócratas

Imitando una vez más a nuestro presidente Feijóo, Pablo Casado cerró su convención in itinere abriendo el PP a los socialdemócratas. No es nada asombroso, sobre todo, si tenemos en cuenta que en el otro lado de la trinchera ocurren cosas semejantes. De hecho, en el seno de los socialistas gallegos se escuchan comentarios que demostrarían que la derecha ya está dentro del partido: nada menos que el líder del PSdeG, Gonzalo Caballero, acusa a su compañero de formación y contrincante circunstancial en las primarias por la secretaría xeral de tener una clara inclinación a derechizarse.

Y el aludido, González Formoso, le responde con lo que pretende ser un ataque fulminante pero acaba siendo casi una autoinculpación involuntaria: “Ser de derechas es permitir que el PP gobierne en las instituciones”. Tal vez olvida que su mayor valedora ante Pedro Sánchez en el partido, Pilar Cancela, diputada por la circunscripción coruñesa que él preside y con asiento en la Ejecutiva Federal del PSOE, ayudó a que el candidato conservador Mariano Rajoy repitiese en la Presidencia del Gobierno con su abstención en la surrealista sesión de investidura de 2016, pese a que era de las pocas representantes en la Carrera de San Jerónimo que se mantenían fieles al entonces secretario general decapitado por los Susana’s boys.

Como tantas veces se pudo observar en la práctica política a lo largo de todos estos años, las ideologías no son un obstáculo inamovible para traspasar fronteras, ya sean estrictamente de partido o del ámbito de la toma de decisiones. Si nos atenemos al grito de guerra que Formoso lanzó contra Caballero, el ex president de la Generalitat Carles Puigdemont, heredero del espacio convergente de Jordi Pujol, aunque en versión políglota y rebelde, es más de izquierdas que su mentora Cancela, pues año y medio después de aquella votación de los socialistas castrados que auparon a Rajoy en el Congreso, su grupo parlamentario provocó la caída y el paso a la reserva del presidente popular con el mismo voto crucial que afianzaba el ascenso de Sánchez a La Moncloa, en la única moción de censura que en España llegó a buen puerto.

Puede que en la hermosa versión de Formoso sobre qué es ser de izquierdas y qué es ser de derechas, Puigdemont cumpla todos los estándares para ser considerado, incluso en contra de su voluntad, un socialdemócrata convencido. Sin embargo, es más que dudoso que este certificado de socialdemócrata expedido por la escuela formosiana le sirva para poder aceptar la invitación de Pablo Casado y colarse entre la militancia del PP mediante esta vía de rebaja ideológica temporal para ganar músculo de cara las próximas generales. Porque con el certificado ideológico pasa como con el del covid, uno no es convalidado en todos los países y otro, en todos los partidos, que sostienen sus propias pruebas de ingreso. Personajes como Vidal-Quadras, que están acostumbrados a pasarlas, entran y salen del PP como y cuando quieren, pero a Puigdemont los exámenes de acceso dictados por García Egea no le habrían de resultar tan sencillos.

Claro que como en el plano económico-social, Puigdemont y Casado pertenecen a la misma familia ideológica, al huido de la Justicia española casi le sería más fácil, en el hipotético caso de querer hacerlo, que es poco probable, pedir la entrada en el PP en base a su perfil conservador de toda la vida que a su novedosa silueta socialdemócrata que le convalidaría Formoso. Esta segunda opción tiene una pega: el presidente popular está dispuesto a hacer un esfuerzo y acoger a socialdemócratas, pero fija un límite en la concepción territorial unitaria del Estado al que difícilmente el ex president se rebajaría, aunque le prometieran salvarse de los padecimientos que le hace pasar el magistrado Llarena.

La relación entre sus antecesores, Aznar y Pujol, era más llevadera porque entre ellos no había líneas rojas, sino porcentajes. El primero le traspasaba al segundo un 15 % más de lo recaudado en el IRPF y el convergente, hablase su interlocutor en catalán o en australiano, le daba las llaves del Gobierno central, que históricamente se guardaron más veces en el Palau de la Generalitat que en Madrid. Era un intercambio comercial más, más cercano al de estupefacientes que al que se produce en un supermercado por el ocultismo con que pactaban, pero sin mayores misterios ideológicos. Nada que ver con la oferta de Casado a los socialdemócratas.

08 oct 2021 / 01:00
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