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¡Camacho, qué macho!

    AL poco de salir de prisión, el fundador de Comisiones Obreras y seguramente el principal líder sindical español del siglo pasado, Marcelino Camacho, firmaba ejemplares de una obra suya en la Feria del Libro de Madrid. Había cola, no por la calidad literaria de la obra, más bien por el carisma del autor. De repente, una mujer de mediana edad, sin duda admiradora del sindicalista y, con permiso de Sánchez, gran combatiente antifranquista, comenzó a gritar: ¡Camacho, qué macho! El aludido respondía con una leve sonrisa, entre agradecido y humildemente avergonzado por tan excesivo aprecio.

    La escena, en la actualidad, es impensable. Ni la más acérrima seguidora de Vox es capaz de atreverse con el piropo. Es evidente que el significado de las palabras muta con el tiempo. Lo que la Transición, aquellos años en que se produjo el tan admirable y como admirado cambio de régimen, era sinónimo de valentía hoy sería causa inmediata de excomunión gubernamental, sin posibilidad de acogerse a los beneficios de la libertad de expresión que santifica nuestro ordenamiento constitucional.

    Visto con perspectiva, pienso que en aquel entonces estaba perfectamente justificada la alabanza y se entiende perfectamente que hoy sea apropiada. El episodio en los jardines del Buen Retiro madrileño me vino a la memoria estos días como consecuencia del pensamiento único que se pretende imponer a la hora de afrontar cuestiones muy sensibles. Me refiero a las denominadas popularmente ley del solo sí es sí o la ley trans. Porque no debería hacer falta esperar para que el tiempo modifique comportamientos y decisiones equivocadas, pues un mes después de entrar en vigor la primera su significado, plasmado en las consecuencias, es bien diferente al que desde el Gobierno se voceaba. Puede decirse que la cerrazón de no cambiar la ley es, en lenguaje popular, una auténtica machada.

    “Cuidado con los falsos profetas, por sus frutos los conoceréis”. La frase bíblica de hace dos mil años rezuma actualidad. Las consecuencias de la citada norma saltan a la vista. Todo el mundo puede equivocarse, pero no parece el caso, pues ni se atendieron las alertas de los órganos consultivos del Estado ni parece que haya voluntad de rectificar. Parte del daño es irreparable. Los beneficios obtenidos por los delincuentes sexuales afectados no tienen vuelta atrás, pero de cara al futuro podría mejorarse.

    Pero todo indica que no habrá marcha atrás. La provocación de ayer de la ministra Montero en el Congreso, con graves insultos al PP, tienen finalidad diferente de lo que parece. El objetivo es ganar protagonismo, no importa cómo ni dónde. El disparo va dirigido al presidente del Gobierno y, sobre todo, a la vicepresidenta segunda. Sánchez y Díaz coinciden en la estrategia para afrontar las próxima citas electorales con la vista puesta en las generales. El camino pasa por apartar de la entente al núcleo duro de Podemos que, a falta de escaparate para lucirse Iglesias su lugar lo ocupa la camarada –o inscrita, en terminología podemita–, la ministra Montero.

    En fin, conocí a una mujer que tenía por costumbre utilizar a modo de interjección, en sentido cariñoso, el vocablo machiña. Pues bien, mientras a Camacho se le animaba con ¡qué macho! a Montero deberían advertirla: ¡Cuidado machiña, no te pases!

    01 dic 2022 / 01:00
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