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Cartas y amenazas

    NO parece prudente hacer trascender a la opinión pública esas cartas con amenazas a políticos y autoridades, por muchos y diversos motivos. En primer lugar, porque las coacciones y temeridades relacionadas con la seguridad siempre han existido, pero acostumbran a tratarse con discreción para evitar entorpecer las oportunas investigaciones. En segundo lugar, porque las amenazas publicitadas suelen tener un efecto llamada nocivo sobre el que los expertos en seguridad alertan, y que ahora se está comprobando con su atípica proliferación. En tercer lugar, porque evidencian fallos en los protocolos de seguridad que no es bueno airear.

    Más aún; vemos cómo se aprovecha la ocasión para señalar a una empresa de seguridad y a Correos, pero poco se dice sobre los fallos de seguridad al nivel de los organismos oficiales, léanse sedes ministeriales o policiales, cuyos controles burlaron las misivas.

    En cualquier caso, esos errores de protección y detección no son como para sentirse orgullosos, sobre todo teniendo en cuenta que nuestro país está en el nivel 4 de alerta por amenaza terrorista, con todas las precauciones y controles que esta situación debería conllevar.

    Hacer público este tipo de sucesos se presta, además, para poner en evidencia la imprudencia de nuestros políticos y de algunas autoridades, porque apuntar al fascismo, o incluso a seguidores de una determinada formación política, así, sin más, es, además de falso, ingenuo, por no decir ridículo, sobre todo cuando luego se descubren casos de individuos concretos y aislados cuyos desequilibrios mentales propician tales acciones.

    Debemos a toda costa rechazar cualquier tipo de violencia, evitar asociarla a grupos determinados, o expresar odio hacia colectivos concretos, tanto de un extremo como del otro del arco ideológico; porque cualquier radicalismo fomenta precisamente actitudes, acciones y comportamientos violentos.

    Demandamos con urgencia, ante las figuras públicas, prudencia y madurez, tanto en período electoral como fuera del mismo. Esto no puede convertirse en una competición para ver quién ha recibido más amenazas (y ya se ha comprobado que, lamentablemente, en todos los partidos políticos hay víctimas de tales comportamientos), ni siquiera para ver quién condena con más vehemencia la violencia, pues todo ser medianamente razonable lo hace. No hay nada más patético que apelar al odio para increpar y azuzar al adversario.

    La violencia, desgraciadamente, persistirá. Siempre existirán individuos desequilibrados, lobos solitarios, conocidos haters, y hasta grupúsculos violentos. Pero sabemos que nuestra sociedad rechaza mayoritariamente la agresividad y la violencia; de eso no nos cabe la menor duda. Por este motivo, nadie debe ser tan ingenuo como para pensar que un puñado de cartas deleznables, o amenazas aireadas con fines espurios, pueden convertir los comicios madrileños en un conflicto guerracivilista que enfrente, como antaño, a fascistas y comunistas. Lo que van a decidir los madrileños va de economía, de salud y de gestión. Lo demás es sólo humo.

    03 may 2021 / 01:00
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