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Cataluña, el ruso invierno para los no ‘indepes’

Muchas décadas antes de que el actual presidente de Rusia, el ex de la KGB Vladimir Putin, inaugurase la diplomacia del plutonio, con el que enriquece radiactivamente las infusiones de sus enemigos –aunque éstos raramente se lo agradecerán–, su país se hizo célebre por contar en sus ejércitos con una figura de mando indestructible que le proporcionó, o al menos le ayudó decisivamente a conseguir, sus más sonadas victorias bélicas, un oficial de máximo rango no adiestrado en las academias militares, sino formado a la intemperie de las temperaturas más gélidas jamás conocidas en las guerras convencionales: el General Invierno.

Napoleón y Hitler hallaron en él la resistencia invencible que desbarataba la superioridad militar de sus soldados, sobre todo el primero, que cuando llegó a Moscú se encontró una capital fantasmal, abandonada por una población que previamente a huir quemó las aldeas y los campos para evitar dejar a las tropas enemigas un granero del que abastecerse. Así irrumpió también Inés Arrimadas en la plaza electoral de Cataluña, con una victoria incontestable de sus Ciudadanos en las urnas, pero cuando se bajó de ellas y miró a su alrededor descubrió un país huido de la realidad, empezando por el Gobierno de la Generalitat que se había retirado al exilio, con Carles Puigdemont a su cabeza ejerciendo la Presidencia con mando a distancia desde Bruselas. Napoleón no fue vencido en el campo de batalla, pero la insoportable temperatura extrema del invierno ruso –y el lodo que provoca en el deshielo– acabó con sus fuerzas. También Arrimadas ganó en el recuento de papeletas, pero pereció en la fría soledad del que se enfrenta a un enemigo invisible, conjurado bajo la ilusoria existencia de un patriotismo en continua construcción, es decir, muy necesitado de una épica resistencialista que impide cualquier tipo de acuerdo ordinario para gestionar el presente.

Cuatro años menos diez meses más tarde, fue el exministro de la pandemia, Salvador Illa, el que, guiado desde La Moncloa por el fino olfato de la firma Sánchez&Redondo, organizó una incursión en las tinieblas de la política catalana y ningún historiador que se precie por su objetividad le negará en sus futuras obras la gloria inicial de su campaña. El que pasará a la posteridad como el titular de Sanidad al que más trabajo le tocó en suerte logró adentrarse con un éxito indiscutible en esos extraños parajes psíquicos que conforman en la actualidad el sentimiento mayoritario de esta nacionalidad constitucional que institucionalmente lleva años manifestándose inconstitucional. Y, como Arrimadas, sus candidaturas también se impusieron en las urnas a los partidos soberanistas, hecho que aunque ocurrió en el día de san Valentín no fue suficiente para consolidar ese nuevo enamoramiento en el corazón de los catalanes y no impidió, por lo tanto, que el aspirante socialista pronto se estrellase en el paisaje inhóspito del pacto imposible.

En pleno auge del transversal movimiento independentista catalán, con las autoridades políticas de la Generalitat echando continuamente leña al fuego de su máquina de vapor que no para de desafiar al Estado y con el procés en marcha contra viento y marea y las condenas del Tribunal Supremo, llegan dos presidenciables claramente constitucionalistas y se alzan con el triunfo en dos procesos electorales consecutivos. Un acontecimiento insólito labrado, además, con dos proyectos y dos talantes distintos. Arrimadas e Illa, pese a todo con muchas más diferencias que similitudes entre ellos, arribaron con éxito a Barcelona, pero justo cuando pensaron que lo más difícil estaba ya hecho, las formaciones del bloque separatista minimizaron sus espectaculares victorias y los desaguaron por el Delta del Ebro, igual que el cuerpo humano evacua la materia innoble que le sobra.

No merecían estos dos protagonistas el cruel destino que el futuro les reservó en Cataluña, cuya línea amarilla independentista sepulta las ilusiones de los que pretenden borrarla, del mismo modo que el trazo blanco de la nieve rusa heló siempre la sangre de quienes ambicionaron su conquista. Arrimadas se rebeló contra su fatalidad y emigró a Madrid, donde no le aguarda un epitafio menos sombrío. Illa, que hizo el camino al revés, como buen filósofo, esperará estoicamente y, llegado el caso, se tomará la cicuta sin pestañear para que su capacidad auditiva no le mate con los desvaríos soberanistas.

Habrá, por fin, nuevo Gobierno en Cataluña, con ERC en la Presidencia, y uno de los beneficiados será el PP de Casado, a quien una repetición electoral cortaría en seco la borrachera de Ayuso en Madrid.

21 may 2021 / 01:00
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