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Cayetana y sus últimos servicios

    ERA cuestión de tiempo el choque entre Cayetana Álvarez de Toledo y un partido como el Popular que, a fin de cuentas, no es más que un ejemplo de la realidad partidaria realmente existente en España. Así lo anticipé en una columna escrita hace justo un año en este mismo espacio. Sobre su condición de mente independiente se disponía de suficiente información como para adelantar su incompatibilidad con la supresión del debate y de la discrepancia a la que recurren los partidos para lograr disciplina interna. En todo caso, no deja de resultar una paradoja la alergia a ese pensamiento crítico que los políticos le demandan a la educación del siglo XXI que estimule.

    Acerca de su dimisión, se aventuran explicaciones. Las más convencionales la acusan de altivez e individualismo, lo que redundaría en escasa aptitud para el trabajo en equipo; de un discurso en exceso intelectual que la aleja del español de a pie así como de una radicalidad mal avenida con esa opción de centro moderado que le habría dado a Alberto Núñez Feijóo una cuarta mayoría en las recientes elecciones gallegas. De dicho resultado se habría desprendido, al parecer, la necesidad de “galleguizar” al PP como opción de política a nivel estatal. La tentación a tomar un parte por el todo ya la vimos en el caso de Ciudadanos, que “catalanizó” sus opciones políticas. La pérdida de 47 diputados el #10N habla por sí sola.

    Su aventura como portavoz de los populares en el Congreso de los Diputados, finalizada de forma abrupta tanto por la forma en la que Pablo Casado la citó para comunicarle –en plenas vacaciones– su cese, como por la posterior rueda de prensa en la que ella desveló la inconsistencia de algunas de las razones esgrimidas deja, a lo menos, dos servicios.

    Por un lado, una salida con formas catalogadas como “poco elegantes” termina por ayudar a la causa de la publicidad y la transparencia al ponerle luz a los entresijos de instituciones que, como los partidos, están claramente en deuda en ambas materias.

    Pero hay otra causa que contribuye a complejizar la dimisión de una mujer que se ha reivindicado como feminista “amazónica” frente a ese otro feminismo representado por Irene Montero y que Javier Marías denominaría como “obtuso”, al reconocer que “es una forma de esclavitud formar parte de un partido en el que no te puedes expresar con libertad”. Aunque se celebra el incremento de mujeres en instancias de decisión política favorecida, en muchos casos, por leyes de cuotas, no se profundiza en el escaso o nulo margen de maniobra que se experimenta en los partidos y que se traduce en un cambio de dependencia.

    Donde antes se dependía del padre o del esposo, se depende ahora de líderes cesaristas y cuyo estilo no es exclusividad masculina. Es cosa de ver el Ciudadanos post-Rivera. Se supone que el feminismo busca la autonomía de las mujeres, pero poco o nada se debate acerca de cómo el ingreso a los partidos, pilares de la democracia liberal, la sacrifica.

    Lo anterior no debiera ser problema para Cayetana. Aunque se especula mucho sobre su futuro político, no necesita de partidos. Hoy por hoy, ha devenido en una marca por sí misma.

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