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Cien días de Rueda

    EN tanto que ejecutor de una política y de un equipo de Gobierno de buscado perfil continuista –que el PP no estaba para agitar avisperos– los primeros cien días de Alfonso Rueda al frente de la Xunta pasaron sin la expectativa mediática que es habitual observar en otras circunstancias, donde la gestión
    se somete, por lo novedoso, al primero de los escrutinios públicos.

    Cobijado en las tablas de su querencia por lo turístico, la celebración del Año Santo Compostelano –Xacobeo en el sentir de la Xunta– le llevó a una sobreexposición coherente con su particular vi-
    sión cuantitativa como fórmula de éxito. Eso sí, cuando la Puerta Santa se cierre habrá no pocas sombras que estudiar en las luces con que se venderá el éxito de una política turística necesitada de un giro copernicano.

    Esa misma necesidad de exposición, por un bajo índice de conocimiento entre la población que su acentuada agenda pública fue corrigiendo a medida que pasaban los días, le llevó a multiplicar presencias harto innecesarias en eventos festivos que poco tienen que ver con una Galicia de progreso pese a ser históricamente tan gratos a los populares por percibirlos como una idónea forma de imbricarse con el votante. Justo lo que en trasnochada imagen del país reproduce hasta el hartazgo la TVG.

    Con una consciente renuncia a la confrontación política y amigo de la vía del diálogo –lo atestigua su intento por llevar consensuadas las urgencias gallegas a Moncloa–, Rueda hubo de afrontar, con desigual suerte producto de imponderables ajenos a su gestión, una anormal temporada de incendios, la amenaza de sequía, el reven-
    tón de la asistencia sanitaria que salpica a todo el Estado, amén
    de la acentuada crisis pos-covid con la inflación por encima de la media estatal.

    La inmediatez y eficacia con que anunció generosas medidas compensatorias para las víctimas de la voracidad de los incendios apuntan a un hombre asentado
    en la gestión y preocupado por
    los estamentos más castigados.
    No es mal camino para prefijar
    un personal modo de acción política en beneficio, sino electoral, sí de país. Que es lo que hace grandes a los políticos. Y no cabe duda de que en ese campo de acción
    tiene abundante y sufrido terre-
    no de actuación además de suponer el mejor modo de demostrar esa cercanía y condición de “persona normal” que su equipo se afana en potenciar.

    Del mismo modo, no sería mal camino que, en ese atestiguado conocimiento de la Administración, se afanara en la reducción de la asfixiante burocracia como el mejor garante de eficiencia de todas esas pequeñas políticas de ayudas que proclaman su absoluta inutilidad desde el nulo desembolso de los dineros presupuestados.

    Es justamente esa condición continuista de una política avalada por las urnas y que la oposición califica de “piloto automático” la que hace imposible aventurar en el presidente gallego y del PP un definitivo perfil propio. Sólo los inmediatos presupuestos autonómicos y su directa gestión –tan necesaria– en las elecciones locales de mayo acabarán por definir su personal rasgo político.

    25 sep 2022 / 23:48
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