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Cómo ser un jarrón chino

    ANOCHE soñé que entrevistaba al expresidente Barack Obama. Lo digo en serio. Había visto sus entrevistas recientes, con motivo de la publicación de una parte de sus memorias (leo que se venden como churros), entrevistas necesariamente similares, claro, pero animosas y con su dosis de humor, que mi cerebro las debió asumir como propias en el calor de la noche.

    Como uno entrevista a escritores de vez en cuando, la lógica neuronal debió colocar a Obama en los circuitos habituales de promoción literaria, y allá me topé con él. Había venido a hablar de su libro, una de las frases históricas de la literatura española televisada, pero ya se sabe que un expresidente habla prácticamente de todo y un presidente, tantas veces, de casi nada.

    No recuerdo cómo llegué hasta la sala, impoluta, por supuesto manteniendo las distancias, ni cómo usurpé (porque esa sería la palabra) el asiento de colegas muy renombrados, pero me pareció algo natural, y me sentí cómodo, con ese inglés tan bien estructurado y radiofónico que tiene Obama (estoy seguro de que la oratoria sigue funcionando en política), mientras Trump se hacía unos hoyos, increíblemente en silencio. Una de sus mejores posturas.

    Dicen los entendidos (signifique esto lo que signifique) que todo el mundo quiere entrevistar a los expresidentes, porque suelen largar por esa boquita, sobre todo porque se sienten libres del peso indecible del poder. Y porque odian ser jarrones, en general. Ahí tienen al que fuera ministro de Exteriores, Margallo, quien, en las tertulias, donde se maneja de perlas, ha admitido más de una vez que ahora dice mucho más de lo que podía decir antes. Y por eso lo llaman. Si a los expolíticos los quieren en los consejos de administración porque han estado en el corazón de las decisiones y conocen ese universo que no se le alcanza al ciudadano, también es lógico que a los periodistas nos pongan tanto los ex, de ahí que lleguemos a entrevistarlos en sueños.

    La pena es que no recuerdo las preguntas ni las respuestas de Obama. Sólo que todo discurría con tranquilidad y sosiego. Me pregunto por qué mi cerebro no me llevó a entrevistarme con Trump, que es casi un ex. Total, ya puestos, qué trabajo le costaba. Mi cerebro no quiso darme la noche. Trump ha concedido algunas entrevistas, así, a su manera, pero lo recuerdo siempre a punto de irse, o de subir al helicóptero, dejando frases flotando en el aire, un avispero sintáctico que luego remachaba con sus tuits, marca de la casa.

    Me pregunto qué hará Donald después de Navidad. Tiene muchos negocios que atender, eso seguro, así que ocupaciones no le van a faltar. Le van a pedir que hable, como a todos los ex. Ahora sí: esta es la suya. Y, sin embargo, tengo la sensación de que prefería hablar mientras mandaba. Creó una maraña verbal surrealista. Quizás caiga ahora en un largo y pronunciado silencio, para estupefacción de muchos. Dijo Felipe González que los expresidentes son esos jarrones enormes que nadie sabe dónde poner, porque estorban. Aunque, llegado el caso, valgan mucho. Imaginen qué pensará Trump cuando sepa que se ha convertido en un jarrón. Y además chino.

    25 nov 2020 / 00:00
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