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Crisis de los cubitos menguantes

    A ESTE paso, cualquiera de nuestros hijos, o nietos, recordará con nostalgia, como escribía García Márquez, aquella tarde en la que su padre, o su abuelo, le llevó a conocer el hielo. Empieza a ser un bien escaso. En todas partes.

    Hablamos del hielo de glaciares y casquetes polares, fundiéndose y cambiando ecosistemas marinos, por no hablar de las consecuencias para la regulación térmica del planeta. Ya ni siquiera es una novedad: hay muchos reportajes documentándolo, se diría que lo damos por hecho. Pero nunca pensé que esa desaparición del hielo viejo se cruzara en los telediarios con la nueva crisis en marcha (otra más), ‘la crisis de los cubitos menguantes’, que amenaza nuestros gin-tonics y desabastece gasolineras y supermercados.

    No, no quiero hacer leña del árbol caído, ni ironizar en exceso sobre esta preocupación, pues sé muy bien que es un grave inconveniente para la hostelería. Pero diría que se ha montado un revuelo extraordinario, mayormente en los magacines de la tarde y así (también en las redes, cómo no), un revuelo quizás comprensible, un revuelo que, sin embargo, hace más ruido incluso que la grave falta de lluvia que vacía los pantanos y que convierte a España, y a parte de Europa, en un secarral.

    No sólo tenemos un problema de agua, sino que tenemos un problema de agua congelada. Sabemos que tiene que ver, al parecer, con el coste eléctrico para producirla, y quizás también con esta salida en tromba del turismo tras tantos meses de confinamiento. Resulta que consumimos mucho hielo, y más, claro, bajo este sol inclemente de julio y agosto. La refrigeración se impone con las temperaturas disparadas, pero el hielo escasea, y no sólo en los glaciares. El hielo se ha racionado en algunas superficies comerciales, ha disparado su precio, como se veía venir, a causa de la escasez y la demanda. El gobierno ha publicado sus medidas para el control energético, no exentas de cierta polémica, que afectan a la temperatura de locales hosteleros, por ejemplo. Junto a esta falta de hielo todo parece anunciarnos que ya no podemos aspirar a tanto refrigerio y a tanto frescor en un mundo cada vez más aturdido por el calor sofocante.

    Así que, más allá de los problemas para los combinados (no sólo, de acuerdo), la ‘crisis de los cubitos menguantes’ tiene quizás un valor metafórico, del que debemos aprender. También habla de nuestra mayor preocupación por lo inmediato, esa tendencia a olvidar o a pasar por alto todo lo que no nos afecta (¡eso pensamos!) directamente. Nuestra forma de vida ha alcanzado un standard que da por supuesto el hielo y el papel higiénico. Qué menos. Y su falta parece sumirnos en una gran angustia. Una angustia y una urgencia que, paradójicamente, no siempre brota cuando se habla de asuntos que creemos que sólo sucederán a largo plazo, lejos de esa inmediatez del cubito de hielo en nuestras vidas.

    Pero no, los problemas de la falta de agua y de la desaparición del hielo están ahí. La ‘crisis de los cubitos’, sin embargo, es probablemente un hecho puntual que sólo habla de otros males en alza, como el precio de la electricidad, como el miedo cerval y contagioso a perder nuestro confort. Pero es una crisis que se fundirá con rapidez, que pronto nos parecerá una tormenta en un vaso de agua. En realidad, los que estamos cada vez más fundidos somos nosotros.

    09 ago 2022 / 00:17
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