Crispación y teología

LA presidenta Isabel Díaz Ayuso comenzó la campaña para las autonómicas de Madrid con una dicotomía filosófico-política castiza cuando contrapuso el socialismo/comunismo a la libertad que ella representa. Su elaboración filosófica sobre la libertad está más cerca de la ley de la selva, del sálvese quien pueda y del neoliberalismo sin complejos que de reconocer que la libertad de unos acaba donde comienzan los derechos de otros y que la libertad absoluta no puede ejercerse olvidando la igualdad de oportunidades y sin que la democracia sea la condición imprescindible para su desarrollo.

Díaz Ayuso ha dado un paso más dentro de su particular filosofía política y ha calificado al candidato de Unidad Podemos, Pablo Iglesias, como la representación del mal absoluto: “Nació del mal para hacer el mal”, porque es él quien fomenta el odio y alienta la violencia.

Con estas expresiones, la campaña entra en una etapa de ataques ad hominen. La ventaja que lleva Isabel Díaz Ayuso a sus adversarios es tanta que puede permitirse las disquisiciones teológicas que la sitúan por encima del suelo en el que se dirimen los problemas de los ciudadanos, y que sus alusiones a la vida en libertad no vaya más allá de la posibilidad de elección en los servicios públicos y que no diga nada cuando quien tiene todas las papeletas para ser su socio preferente habla de coartarlas cuando se trata de ejercer libertades y derechos que chocan con sus principios religiosos.

Isabel Díaz Ayuso, que no quiere dejar ningún resquicio a la posibilidad de que la izquierda acabe sumando, ha introducido en campaña como una derivada más la crispación y ha terminado por apelar al voto del miedo que causa el mal –Pablo Iglesias–, una caracterización que no puede hacer con Ángel Gabilondo –soso, serio y formal– ni de Mónica García –mujer, médico y madre–.