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Crónica Rosa de Colón

Hay que ver cómo se vino arriba Rosa Díez el pasado domingo en la plaza de Colón. On the fire. Hacía años que no se veía en un púlpito como ese y no desaprovechó la ocasión para adelantar por la derecha todo aquello que dice aborrecer. “Los que estamos aquí somos los españoles de bien”. El resto, al parecer, somos escoria nacional, malos españoles, aunque algunos tenían una buena disculpa como era la de ir a ver al Papa. ¿Pero quién es el Jorge Bergoglio ese ante el grandioso espíritu de Colón? Feijóo, que lo sepa, a partir de ahora será un gallego “en el sentido peyorativo del término”, según esta señora que ya calificó así a ZP y Rajoy cuando militaba en otra causa. Porque Díez, que nació socialista y ahora es española a secas, en la práctica ya recorrió todas las siglas del PSOE menos la O., salvo que en su particular diccionario de iniciales pueda significar ociosa oradora.

La Rosa repartidora de carnés de buenos y malos españoles ya se intuía hace años, pero hasta ahora no se había atrevido de una forma tan palmaria a suplantar a los equipos policiales que expiden el DNI. Ahora que en verano hay colas para las renovaciones, es una lástima que no puedan contratarla porque donde la ley pide una fotografía y una partida de nacimiento ella exigiría una bandera. ¿En qué se diferencia este nacionalismo exacerbado de los periféricos que quieren combatir?

Yo nunca me planteé la pregunta de si soy buen o mal español. Me parece intranscendente. Un viernes en el puerto de Vigo, cuando era universitario y volvía a casa con una mochila, no sé porqué un policía nacional se me acercó y me preguntó en un tono muy Rosa Díez: “¿Eres español?”. “No”, le respondí secamente. “¿De dónde eres?”, volvió a la carga el agente, esta vez algo más intrigado. “De aquí”, le contesté, ya con un poco de intención enredadora, una réplica que no esperaba y que desde luego logró su objetivo, pues aturdió a mi interlocutor, que por un momento pareció perdido en un laberinto de nacionalidades del que no se debió ver a la altura para encontrar la salida y decidió dejarme en paz sin ni siquiera pedirme el DNI que por supuesto no llevaba encima, ni el común del Ministerio del Interior ni el nuevo de Rosa Díez, que entonces todavía aspiraba a disputarles el liderazgo del PSOE a José Bono y a Rodríguez Zapatero.

Esta anécdota delimita lo más cerca que estuve de interrogarme filosóficamente sobre si soy buen o mal español. No tengo mala conciencia de renegar por unos minutos de esta nacionalidad sin que ello supusiese exactamente subirse a lomos de otra. Sigo pensando que más que lo absurdo de mis respuestas, las que no tuvieron sentido alguno fueron las preguntas, que es lo que les pasa a los que se manifestaron en Colón, que interrogan a todo el mundo constantemente “¿Es usted español?”, “¿Es usted español?”, “¿Es usted español?”. Y el tema es que ya no les vale que les respondan que sí, pues en este caso les continúan interpelando hasta decidir si entonces son buenos o malos españoles.

Yo no fui a Colón y tampoco tengo mala conciencia de ello. Hubiera ido si Rosa Díez hubiera sido más generosa conmigo y me hubiera pagado los gastos. No habría estado mal contemplar a Ayuso de cerca, comprobar si realmente existe una persona así o si es de ficción –aunque el domingo pareció hacerse mucho más real al hablar de Felipe VI–, confirmar a pie de calle si es verdad que la reciente batalla de Madrid aumentó el consumo de cerveza y escribir después una crónica de todo esto que, por supuesto, imitaría más el estilo de Berlanga que el de Trapiello, el falsificador de El Quijote.

Por cierto, este año se celebran los cien años del nacimiento de Berlanga, el español que mejor nos podría explicar lo que está pasando en esta España entre Colón y el paseo de Gracia. En una de las múltiples publicaciones que se editan sobre él, releí una historia que ya conocía de cuando su nombre salió a colación en un Consejo de Ministros de Franco y alguien lo tildó de “comunista” –peyorativamente, como hoy hacen con los miembros del actual Gobierno–, y entonces el dictador aclaró: “Es mucho peor que eso, es un mal español”. Sabía que lo de Rosa Díez lo había escuchado antes.

18 jun 2021 / 01:00
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