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‘Crueldad’, de Chema Madoz

Entre el 16 de setiembre y el 21 de noviembre tuvo lugar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid la exposición de Chema Madoz titulada «Crueldad», compuesta por setenta y tres fotografías del reconocido artista madrileño, merecedor del Premio Nacional de Fotografía en el año 2000. Según reza el texto de presentación «Las imágenes que componen “Crueldad”, concebidas aquí como conjunto, quedan muy lejos de la sonrisa amable con la que en ocasiones se reciben las fotografías de Madoz [...]. Pero todas revelan un aspecto inquietante que resulta de su particular agrupamiento: un elemento cruel, quizá siniestro, que irrumpe al cambiar nuestra mirada y abre un nuevo horizonte en el trabajo de este creador».

No obstante, a pesar de lo afirmado en esta descripción, lo cierto es que lo que más llama la atención de la mayoría de las imágenes, y lo que más intriga al observador, es cómo Madoz consigue hacer u obtener los objetos que se muestran en ellas, como por ejemplo una huella dactilar atravesada por una aguja, o una cobra a punto de introducir su lengua bífida en los orificios de un enchufe. Cabe resaltar además que la técnica fotográfica semeja ser bastante compleja, principalmente en lo que se refiere a la iluminación (son fotografías de estudio), la cual resulta ser un elemento fundamental a la hora de transmitir el efecto perturbador que este autor persigue.

En el imaginario de Madoz destacan una serie de objetos que se repiten en diferentes contextos y en situaciones paradójicas, adquiriendo de este modo un significado distinto en cada circunstancia, mas no tan alejado del original como para desvirtuarlo o hacerlo incomprensible: un reloj en la empuñadura de una espada, una cuchilla de afeitar con función de marca páginas, un cuchillo cuyo filo es una regla...

La muerte es un tema recurrente en la exposición, aunque plasmada con el personal estilo, a veces enmascarado, a veces explícito, del autor. Así ocurre con un reloj de arena en cuyo fondo se yergue una sencilla cruz. Con todo, no hay aquí crueldad, salvo que consideremos la muerte natural, después de agotado todo nuestro impulso vital, un acto abominable en lugar de liberador.

En realidad, no hay crueldad «sensu estricto» por ningún lado, al menos no la que se espera del título que se le dio a la muestra.

Por otra parte, bastantes fotografías son como jeroglíficos que invitan al público a que los resuelva. Es por ello que lo más admirable de Madoz es su habilidad para quebrar la relación unívoca que suele darse entre las palabras y los objetos que designan, no solo a ellos, sino también su función. En este sentido, pone en práctica de forma magistral las apreciaciones que vierte Michel Foucault en «Las palabras y las cosas», libro en el que el filósofo francés evidencia cómo la relación entre el significante y el significado no es una relación de carácter esencial, sino azarosa. Asimismo, es aplicable a algunas de las piezas expuestas (como ocurre con la ya referida de la cobra y el enchufe) el concepto de «deconstrucción» instituido por Jacques Derrida en «De la gramatología», sobre todo en el aspecto señalado por este filósofo en cuanto a que el sentido de las obras artísticas carece de obviedad porque toda obra encierra una o varias ideas que el espectador o el lector debe sacar a la luz del entendimiento.

La crítica más coherente que es factible realizar al conjunto de la obra del Chema Madoz es, precisamente, su similitud con los jeroglíficos. En efecto, la concepción de su trabajo trae al recuerdo a Pedro Ocón de Oro, el famoso creador de innumerables jeroglíficos que publicó durante décadas en numerosos periódicos de todo el país. Don Pedro logró que cada mañana millones de conciudadanos se devanaran los sesos tratando de hallar la solución al pasatiempo del día.

Esta particularidad lúdica de una parte relevante de las composiciones de Chema Madoz me lleva a concluir que no ha lugar a conceptuarlo como artista, aunque sí como un fotógrafo sobresaliente.

Madoz, como Magritte, y como muchos otros que se pretenden o nos venden como artistas, no puede ser considerado tal porque la función de arte es remover conciencias, no entretener ni plantear acertijos pseudofilosóficos que deban descifrarse. Tampoco mostrar obviedades como que cuando el tiempo de nuestra vida llegue a su fin nos sobrevendrá la muerte. Iré, incluso, más allá. El arte, para cumplir su cometido social, tiene que ser delito, sino es entretenimiento; y el artista un delincuente. Pero un delito y un delincuente de tal naturaleza que, en caso necesario, la solidez de sus argumentos creativos lo exima, en el presente o en el devenir histórico, de cualquier posible condena.

05 dic 2021 / 01:00
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