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Cuestión de pelotas

    ESCRIBO esto mientras por toda la casa se cuelan unos muy cosmopolitas aires futboleros a través de Telecinco, ya ven qué cosas. El fútbol es global, denostado por muchos, sinónimo de panem et circenses y todo lo que ustedes quieran. Pero de pronto, en medio de este calor que ya nos abraza, a punto de desenmascararnos, según ha dicho Sánchez y tal, esta atmósfera balompédica lo hace todo más ligero, más ingrávido, más allá de ese debate nacional sobre Morata, el chico de la Juve. Este país extremado ahora pugna por el delantero, a favor y en contra, y quizás sea la disputa más inocua.

    El fútbol es un espectáculo que te aparta de la realidad para meterte en la suya, capaz de conquistar páginas enteras, programas televisivos surrealistas de madrugada, cosas que no creerías. Tal vez sea algo perfectamente inútil, lo sé. A veces lo inútil tiene grandes utilidades en la vida.

    No crean que el fútbol es, por definición, un asunto menor y prescindible, por mucho que tenga su lado plano o trivial, como esas declaraciones previsibles a pie del campo, como ese bucle eterno en el que nos encierra. ¿No lo hace la política y en mayor medida? Puede que el hecho de saber que casi nada importa en ese universo, aunque sea un negocio muy principal, nos salve de todo trascendentalismo. Es estupendo hablar y hablar de algo que no va a cambiar nuestras vidas y, sin embargo, algunos hacen como si les fuera la vida en ello.

    Ayer, el filósofo Wolfram Eilenberger escribía un artículo en El País titulado La mejor versión de Europa. Decía, sin pelos en la lengua, que “el fútbol encarna la excelencia del espíritu liberal europeo”. Y añadía, sin pestañear, que “la Eurocopa nos conecta con nuestra historia y nuestras fronteras culturales”. Espero que no haya caído a la segunda división de la Filosofía por decir esto. A fin de cuentas, son muchos los intelectuales, filósofos y antropólogos que han estudiado el fútbol y que han escrito sobre él (me viene ahora a la cabeza, por ejemplo, Manuel Mandianes). No olvido textos magníficos de gente como Pardeza, o ese verbo que aún conserva, sobre todo en las entrevistas y en los artículos periodísticos, Jorge Valdano.

    Es decir, que no se trata de una provocación de Eilenberger (y, si lo es, aún mejor), aprovechando que la Eurocopa coge ritmo, sino que el fútbol es objeto de análisis, también de la alta cultura, que merecen la pena. Simon Critchley, por ejemplo, el autor de En qué pensamos cuando pensamos de fútbol (Sexto Piso), le dijo a El Cultural que “el fútbol es una mezcla de deleite y asco”. Y a partir de ahí, empieza el debate.

    Ahora bien: ¿es la Eurocopa una muestra de la diversidad? Sin duda. ¿Es lo más europeo que tenemos junto a Eurovisión? ¡Por supuesto que no! Pero ayuda. Dice Eilenberger, y estoy de acuerdo con él, que esta ceremonia de volver a los estadios, de reunir de nuevo a la tribu, de romper fronteras (se mira mucho al Este), de mezclar culturas y personas, es la representación de que estamos volviendo a casa. ¿A la casa común? Hasta Johnson participa de ello, con la final en Wembley. Alguien acuñó la importancia de la diplomacia del fútbol: no la desestimen, ya que otras muchas no funcionan.

    20 jun 2021 / 01:00
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