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Curas casados y sacerdocio femenino

    SÉ que me meto en un terreno pantanoso en el que, además, carezco de la necesaria preparación teológico-canónica para abordarlo. Pero desde mi posición de mero cristiano de a pie me atrevo, no obstante, a hacer pública mi opinión. Me refiero a la propuesta que formula la Iglesia católica catalana respecto al celibato opcional de los sacerdotes y a la ordenación sacerdotal de las mujeres.

    Al margen, como es obvio, de los argumentos coyunturales de la escasez de vocaciones a la vida religiosa es lo cierto que el tema alcanza a tener una dimensión mucho más importante y transcendente. Y es que uno se pregunta si, elevado como está, el matrimonio a la categoría de uno de los siete Sacramentos de la Iglesia Católica, ¿qué se ve en él para que no pueda compatibilizarse con otro Sacramento, cual es el Orden Sacerdotal, cuando sí lo está con los restantes sacramentos?

    El argumento, normalmente utilizado, para justificar la incompatibilidad entre la integral entrega del sacerdote o religioso/a a sus fieles y a una propia familia viene a resultar bastante inconsistente, si se advierte que, para empezar, el apóstol Pedro estaba casado cuando lo eligió Jesucristo y, por otra parte, muchas actividades profesionales –véase, por ejemplo, la de los médicos entre otras varias– también exigen un elevado grado de dedicación profesional y no por ello se ven privados de una vida matrimonial y familiar en el seno de la sociedad.

    Otro tema de gran interés es, sin duda, el de la ordenación sacerdotal de la mujer que en otras religiones cristianas ya está plena y pacíficamente admitida.

    El argumento, puramente histórico, que se suele utilizar para justificar tan injusta y arbitraria exclusión es que Jesucristo eligió como apóstoles a doce hombres y no a alguna mujer, pero es obvio que en el contexto social de la época en la que se funda la Iglesia de Jesucristo no resulta nada extraño que se hubiera llamado a varones para llevar a cabo la obra de consolidar y extender la misma, sin que, ello, pueda interpretarse como una clara exclusión de la mujer en la labor apostólica y evangelizadora que ha de caracterizar a la institución creada por el mismo Dios hecho Hombre para integrar a toda la humanidad.

    Excluir hoy, en la medida que sea, a la mujer de la tarea apostólica y salvadora de la Iglesia Católica parece resultar un anacronismo que no se legitima con el argumento, muy poco convincente y falto de un sustento teológico-canónico, consistente, en el reparto de tareas dentro del seno de la Iglesia Católica.

    Si hoy se produjese la Encarnación del Dios en el que muchos creemos en un ser humano que, obviamente, había de ser del género femenino el papel de la mujer en el seno de la Iglesia cristiana tendría que ser idéntico al del varón.

    15 jun 2022 / 01:00
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